miércoles, 10 de diciembre de 2014

ORDEN DEL DÍA


Hoy copiaré unas líneas de Nietzsche. Pertenecen a su obra El anticristo, cap. 51. El libro me volvió a las manos casi por azar y en él he andado engolfado algunas horas. Como contrapunto a la violencia en el fútbol o a las palabras de Esperanza Aguirre y de otros, por ejemplo, o incluso a las hazañas del pequeño Nicolás, no me parece que estén mal del todo.
Cuánto me gustaría poder dialogar acerca de su contenido, de sus causas y de sus consecuencias. Para esto sí haría yo un coloquio cada semana. Como a otros similares, tampoco asistiría casi nadie. Tal vez por eso las pego aquí. Tales cuales, sin matices ni comentarios. Ya me gustaría.
“Cap. 51. El auténtico aunque inconfesado fin de todo sistema de procedimientos de salvación de la Iglesia radica en hacer  primero que el hombre se ponga enfermo. ¿Acaso no es la Iglesia el ideal último de crear un manicomio a escala mundial, de convertir la tierra entera en una gran casa de locos?
El hombre religioso que desea la Iglesia es un decadente típico. Cuando un pueblo sufre una crisis religiosa, aparece característicamente una epidemia de enfermedades mentales. El “mundo interno” del hombre religioso se parece, hasta llegar a confundirse con él, al “mundo interno” de los individuos hiperexcitados y extenuados. Los estados “supremos” que el cristianismo ha situado por encima de la humanidad, como lo más valioso de todo, son los propios de sujetos epilépticos. La Iglesia solo ha elevado a los altares, para mayor gloria de Dios, a locos y a grandes impostores.
En cierta ocasión me permití calificar todo el proceso cristiano de aprendizaje de penitencia y redención con el nombre de “locura circular”. Esta surge metódicamente, como es evidente, en un terreno previamente preparado para ello, es decir, radicalmente morboso. Nadie es libre de hacerse o no cristiano: nadie “se convierte” al cristianismo. Para hacerlo, se requiere estar bastante enfermo. Nosotros, que somos tan distintos y que valoramos tanto la salud como el desprecio, ¡en qué buena situación estamos para despreciar una religión que ha predicado mentiras sobre el cuerpo y que no desea desprenderse de las supersticiones del alma; que considera como un “mérito” una alimentación insuficiente; que ve la salud como una especie de enemigo, de demonio y de tentación, que hay que combatir; que está convencida de que se puede albergar un “alma perfecta” en un cuerpo cadavérico, y que para ello ha tenido que crear una nueva idea de “perfección” en términos de ese algo enfermizo, pálido y absurdamente exaltado a lo que llama “santidad”! ¡Pero si lo que llaman “santidad” se reduce a una serie de síntomas característicos de un cuerpo empobrecido, enervado e incurablemente corrompido! (…)
Recordaré una vez más la inestimable frase de san Pablo: “Antes eligió Dios la flaqueza del mundo (…) la necedad del mundo (…) lo plebeyo, el desecho del mundo, lo que no es nada”. Esa fue la fórmula: bajo esta insignia venció la decadencia. ¿Entendemos ya el horrible pensamiento que se esconde tras el símbolo de Dios crucificado? Que todo lo que cure, que todo lo que está clavado en una cruz, es divino. Todos estamos clavados en una cruz, luego somos divinos. Y solo nosotros lo somos. El cristianismo venció y con ello pereció una concepción aristocrática de la vida. Cabe decir, pues, que el cristianismo ha sido hasta hoy la mayor desgracia que ha tenido que soportar la humanidad.”
Uffffffffffffffffffff.

Lo dice Nietzsche, no yo. Pero a mí me gustaría comentarlo con gente. Con serenidad y sin prejuicios. ¿Dónde hay comentaristas? 

No hay comentarios: