Hoy copiaré unas líneas de Nietzsche. Pertenecen a su
obra El anticristo, cap. 51. El libro
me volvió a las manos casi por azar y en él he andado engolfado algunas horas.
Como contrapunto a la violencia en el fútbol o a las palabras de Esperanza
Aguirre y de otros, por ejemplo, o incluso a las hazañas del pequeño Nicolás,
no me parece que estén mal del todo.
Cuánto me gustaría poder dialogar acerca de su
contenido, de sus causas y de sus consecuencias. Para esto sí haría yo un
coloquio cada semana. Como a otros similares, tampoco asistiría casi nadie. Tal
vez por eso las pego aquí. Tales cuales, sin matices ni comentarios. Ya me
gustaría.
“Cap. 51. El auténtico aunque inconfesado fin de todo
sistema de procedimientos de salvación de la Iglesia radica en hacer primero que el hombre se ponga enfermo. ¿Acaso
no es la Iglesia el ideal último de crear un manicomio a escala mundial, de
convertir la tierra entera en una gran casa de locos?
El hombre religioso que desea la Iglesia es un
decadente típico.
Cuando un pueblo sufre una crisis religiosa, aparece característicamente una
epidemia de enfermedades mentales. El “mundo interno” del hombre
religioso se parece, hasta llegar a confundirse con él, al “mundo interno” de los individuos hiperexcitados y extenuados. Los
estados “supremos” que el cristianismo ha situado por encima de la
humanidad, como lo más valioso de todo, son los propios de sujetos epilépticos.
La Iglesia solo ha elevado a los altares, para mayor gloria de Dios, a locos y
a grandes impostores.
En cierta ocasión me permití calificar todo el proceso
cristiano de aprendizaje de penitencia y redención con el nombre de “locura
circular”. Esta surge metódicamente, como es evidente, en un terreno
previamente preparado para ello, es decir, radicalmente morboso. Nadie es libre
de hacerse o no cristiano: nadie “se convierte” al cristianismo. Para
hacerlo, se requiere estar bastante enfermo. Nosotros, que somos tan distintos
y que valoramos tanto la salud
como el desprecio, ¡en qué buena situación estamos para despreciar una religión
que ha predicado mentiras sobre el cuerpo y que no desea desprenderse de las
supersticiones del alma; que considera como un “mérito” una alimentación
insuficiente; que ve la salud como una especie de enemigo, de demonio y de
tentación, que hay que combatir; que está convencida de que se puede albergar
un “alma perfecta” en un cuerpo cadavérico, y que para ello ha tenido
que crear una nueva idea de “perfección” en términos de ese algo
enfermizo, pálido y absurdamente exaltado a lo que llama “santidad”!
¡Pero si lo que llaman “santidad” se reduce a una serie de síntomas característicos
de un cuerpo empobrecido, enervado e incurablemente corrompido! (…)
Recordaré una vez más la inestimable frase de san
Pablo: “Antes eligió Dios la flaqueza del mundo (…) la necedad del mundo (…) lo
plebeyo, el desecho del mundo, lo que no es nada”. Esa fue la fórmula: bajo
esta insignia venció la decadencia. ¿Entendemos ya el horrible pensamiento que
se esconde tras el símbolo de Dios
crucificado? Que todo lo que cure, que todo lo que está clavado
en una cruz, es divino. Todos estamos clavados en una cruz, luego somos
divinos. Y solo nosotros lo somos. El cristianismo venció y con ello pereció
una concepción aristocrática de la vida. Cabe decir, pues, que el cristianismo
ha sido hasta hoy la mayor desgracia que ha tenido que soportar la humanidad.”
Uffffffffffffffffffff.
Lo dice Nietzsche, no yo. Pero a mí me gustaría
comentarlo con gente. Con serenidad y sin prejuicios. ¿Dónde hay comentaristas?
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