viernes, 17 de febrero de 2017

POR SER VOS QUIEN SOIS


Imposible casi sustraerse a dejar un breve comentario acerca de las noticias que llegan de la sentencia del juicio NOOS en el que se sentaban en el banquillo una infanta de España y su marido. El asunto, como todos, ofrece muchísimas variables y flaco favor se le haría a la verdad despachándolo con un sí o un no rotundos. Los especialistas en derecho aclararán los datos técnicos y seguramente diferirán en sus opiniones, pero han de ser los referentes.
Hay, sin embargo, datos y ventanas que las puede abrir cualquiera que no sea especialista y que aspire simplemente al sentido común. A él me acojo. Solo anotaré algún apunte.
No está de más que recordemos que el espíritu de la ley es el de aspirar a la reinserción, no a la venganza ni al castigo. Es más, hay corrientes jurídicas que niegan el valor de las penas en cárceles. A mí tampoco me apetece que nadie se vea privado de la libertad, y comulgo con la idea de la reinserción como último fin de todo. Pero, ¿quién me asegura a mí que estos señores no empezarán mañana mismo a intentar lucrarse con el tráfico de influencias “por ser vos quien sois”? Porque, en este caso la reinserción debería ir por ahí, no por el peligro de asesinar ni violar en la calle. ¡Pero si el sistema social no hace otra cosa que incitarlos a ello!
La realidad enseña que las sentencias recurridas se rebajan en más ocasiones que aquellas en las que se incrementan. El recorrido todavía no está completo y no me extrañaría que el marido de la infanta, con esas posibles rebajas, no entrara en prisión.
Hay elementos sociológicos que sí son mejor entendidos por la comunidad, sobre todo los comparativos. ¿En circunstancias similares se ha condenado con la misma pena? No parece. Alguien lo tendría que explicar porque el desánimo que produce la falta de analogía es muy grande. Nadie se puede extrañar demasiado si después se habla de justicia según castas y según riqueza y pobreza.
Y, para mí, el aspecto más importante, de mayor alcance y del que casi nadie habla. Me manifesté cuando el escándalo empezaba. No he cambiado de opinión. Mucho más que una persona infrinja la ley, de manera grave o leve, me preocupa el contexto en el que los hechos se hayan producido, porque en el contexto estamos todos y sus costumbres nos afectan a todos. Poco me inquieta que el señor Urdangarín sea un chorizo o que la infanta sea una defraudadora y, a la vista de la sentencia, una imbécil mental y un florero, pues no se enteraba ni de la fecha en la que vivía -¿Cuánto le pagaba la Caixa por su analfabetismo? ¿No tienen nada que decir ni los sindicatos, ni el comité de empresa ni ninguna organización feminista?-; al fin y al cabo son individuos aislados. Me interesa mucho más, muchísimo más, describir y analizar qué sociedad era -y es- la que no solo permitía sino que aplaudía y fomentaba que estas personas, “por ser vos quien sois”, tuvieran siempre las puertas abiertas, se les rieran todas las gracias, se les aplaudiera cualquier gesto o cualquier presencia, y, si no les pedían en directo relaciones sexuales, sería de milagro. Y esto no solo lo hacían los dirigentes sociales; si lo hacían era porque detrás existía y existe toda una legión de ciudadanos (no me atrevo a poner calificativos) que propician que esto se produzca. Esta es, en mi opinión, la principal raíz de los males. Y, mientras no se ataque esta escala de valores, los hechos se volverán a repetir, en este o en otro formato, pero volverán a dejarse ver. Al tiempo.

Como guinda del pastel, a la infanta le tienen que devolver no sé cuánto dinero. Como para devolver, pero de asco.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Con respecto al caso Noos, mi querido amigo, empezaré diciendo que me alegrará que al final del trayecto judicial, de haber recurso –que lo habrá–, se castigue a los delincuentes con las penas que merezcan (ni una menos, pero también ni una más), que cumplan sus condenas como todo hijo de vecino y que, finalmente, consigan la reinserción que inspira nuestro ordenamiento jurídico.
Empezar a poner en duda la posible actuación del Supremo, sin siquiera conocer si habrá recurso o no, me parece que es poner, gratuitamente, en tela de juicio su imparcialidad. ¿Por qué hemos de sospechar? ¿Qué razón hay para no conceder al juzgador el menor grado de honestidad? ¿Serán los jueces los únicos profesionales que actúan sin rigor y a su capricho? Y, si fuera así, ¿de qué tribunales habríamos de fiarnos, de los que imponen penas mayores o de los que son menos rigurosos? Adentrarse en un bosque de sospechas jamás nos dará la tranquilidad.
Si quieres llámame ingenuo, pero creo firmemente, aunque no fuera cierto, que los jueces actúan siempre en conciencia, a pesar de que a veces puedan equivocarse; pero para eso están los recursos: para corregir los posibles desvíos derivados de la incorrecta aplicación de las leyes o para atajar las posibles tentaciones de imparcialidad. Por mí, vayan a la cárcel todos los condenados y cumplan en ella las penas que en justicia merezcan.
En lo que concierne a la infanta, poco me importa que sea imbécil mental, florero o analfabeta –allá su marido que es quien tiene que aguantarla–, pero conviene saber que, si no ha sido condenada penalmente, debe de ser porque no ha tenido participación en la perpetración del delito. De que no estuviera al corriente de los manejos de su marido tengo pocas dudas; pero el conocimiento, en ella, no implica encubrimiento. Para proteger el núcleo familiar –bien lo sabes tú– la ley exime al cónyuge de declarar contra su cónyuge; a los padres de hacerlo contra sus hijos y a estos contra sus padres; a un hermano contra otro hermano…; por tanto, si no ha participado en el delito y tampoco tiene obligación de denunciarlo, no procede una condena penal y sí la restitución de la cantidad procedente del delito de la que se ha lucrado.
Para terminar, estoy contigo en la necesidad de cortar de raíz todo tipo de amaños e influencias y en concienciar a la sociedad, tan proclive al halago al poderoso, de que nadie está por encima de nadie y que todos estamos sujetos a la misma ley.

Antonio Merino