jueves, 9 de marzo de 2017

¿ENVEJECER?, ¿MADURAR?


La certeza tal vez no esté en los hechos sino en los ojos y en la mente que miran, recuerdan o reproducen esos hechos. Suele acudirse con frecuencia a afirmaciones generales que nos sirven de referencia y que utilizamos como axiomas irrebatibles. Valga esta, por ejemplo: “La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero”. Menos lobos, Caperucita. Veamos.
La verdad de los hechos tiene que ver con su realización, y esta realización se produce en un contexto determinado y condicionado por unas circunstancias. Su reproducción y su recuerdo o recreación seguramente ya no están expuestos ni condicionados por los mismos elementos. Si esto fuera así, ¿hasta dónde podemos darle certeza universal, en tiempo y espacio, a ningún hecho ni a ninguna verdad?
No tengo interés en poner demasiados límites a la certeza de los hechos, porque, entre otras cosas, no sé qué sería de la vida; ni siquiera si se podría sostener. Además, resulta asunto arduo y largo de explicar. Y no es el contexto.
Lo pensaba esta misma tarde para la vida como tal y para la visión que de la misma tiene cualquier persona a medida que las circunstancias vitales (edad, posición, salud, relaciones…) van cambiando.
Sin necesidad de detallar más, y pensando específicamente en la creación literaria, ¿cómo se puede concebir siquiera que la misma sea del mismo caudal ni del mismo tenor durante todo el proceso vital? El ejemplo creo que se pude multiplicar y aplicar a cualquier consideración vital.
La primera creación es impulsiva y con mirada de futuro, todo está por descubrir; en todo, el creador se puede considerar el dios creador y el protagonista de cada descubrimiento, y el misterio y la alucinación son compañeros de viaje.
La segunda parte es mucho más reflexiva (¿es o debe ser?) porque la mirada vuelve hacia atrás y contempla. Sucede seguramente esto porque la novedad ya no se prodiga y las situaciones se repiten; uno se ha visto en “ello” ya antes; el mundo se ofrece más en su totalidad que en su parcialidad, y uno anda dando vueltas a eso que tal vez dé cuenta de por qué sucede lo que sucede, no solo dentro de ti sino también fuera. Desde lo dèja vu, uno se torna más flexible, menos impulsivo y más analista. Tal vez por todo ello la selección de formas y de temas se vuelva diferente.
¿En qué momento se produce esto? Seguramente el tiempo aquí sea variable y tal vez poco importe; lo esencial es que algo se produce, con lentitud o bruscamente, que allana caminos y serena playas, y que acaso haga algo más hondo el pensamiento. Tal vez.
En cualquier caso, siempre, de un modo o de otro, la vida y la creación siempre suponen un paseo incierto por una senda confusa, en el que conviene asentar bien el pie pero también adentrarse con curiosidad y hasta con júbilo en todo lo que nos ofrecen tanto el bosque como el páramo, la montaña o la llanura, el interior y el mar, el bien y el mal, la verdad y la mentira…, y en todo lo que acompaña ese camino.

Expresión por expresión, y para el rincón de pensar: Todo el mundo envejece, pero no todo el mundo madura.

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