Asistí el viernes a una exposición tripartita sobre la
situación en Béjar y las posibles soluciones que se imponen para su mejora.
Salí muy decepcionado. Veamos.
No se me ocurriría negar ni la mejor voluntad de los
ponentes, ni su capacidad, ni sus intenciones; solo puedo tener palabras de
agradecimiento para quienes se interesan por la situación de sus conciudadanos
de manera altruista y, casi siempre, desde una situación personal desahogada y
en poco necesitada de mejora para llevar una vida tranquila y sin sobresaltos.
¿Entonces?
Pues entonces resulta que creo que las mejores intenciones se
pueden quedar en eso y poco más. ¿Por qué? Pues porque me parece que se
describen deseos que en poco dependen de los ciudadanos de a pie, de aquellos
que viven a diario las vicisitudes de esta estrecha ciudad. Pensar que en esta
ciudad sería buena la instalación de pequeñas empresas manufactureras, o que
habría que aprovechar la inercia de las enseñanzas técnicas con la práctica y
con esas instalaciones deseadas casi termina por ser un brindis al sol. A nadie
se le ocurre pensar que eso no es positivo. Ojalá lloviera café en el campo.
Pero va a ser que no, como casi siempre, y de nuevo estaremos a la espera de
que algún dedo misterioso cargado de capital se acerque por aquí, nos pida lo
que no podemos darle y, al cabo de cierto tiempo, nos deje con un saludo de
despedida y con la cara y la moral por los suelos.
Siempre se dice, por parte de los ponentes, que lo que se
expone hay que separarlo de cualquier interpretación política. Creo que ahí está
el error insalvable. Si defendemos el liberalismo y la libertad individual
absoluta, no sé qué estamos haciendo con las proposiciones teóricas de esto sería
bueno y esto otro malo. Dejad que el mercado actúe y seleccione al más fuerte;
y que al débil Dios le ampare; que actúe la selección natural y que cada cual
se las arregle como pueda: fuera planes, buenas intenciones y esquemas teóricos,
reuniones y ponencias. Si, por el contrario, pensamos en otro modo de vida más
social y socializado, entonces sí que tal vez tenga sentido pensar en planes
comunes y globales, proyectos de futuro que engloben todas las variables y, lo
que es mucho más importante, que animen a la participación de todos los
elementos de la comunidad, en este caso a todos los vecinos. Vaya que si tiene
que ver esto con la política, con las ideas y con una concepción determinada de
la vida. Algo diferente es que tenga que ser partidista o no, aunque mucho habría
que decir acerca de ello.
Hace ya ocho años, tuvimos la ocasión de reunir en la Cámara
de Comercio de Béjar a representantes de diversos colectivos con un fin similar
al de estas jornadas de las que hablo. El muñidor principal fue Ramón Hernández
Garrido. Yo me encargué de preparar un guion de actividad y de desarrollar una
de las partes que en él se proponían. Tampoco resultó precisamente un éxito
aquella convocatoria. Creo que principalmente porque los asistentes pensaban más
en su situación individual que en la de la general de la ciudad; por eso el
desarrollo fue muy escaso y sin consecuencias concretas. Pues mientras no
consigamos la implicación de toda la comunidad y la ilusión general, creo que
no se puede revertir la situación. Y no podremos implicar a todos si no ven que
pueden incidir en los cambios y que estos van a repercutir en su bienestar y en
el de sus vecinos próximos.
Por todo ello, creo que, sin un planteamiento social y político
claro de base, todo seguirá en el mismo lugar. Y, en segundo lugar, si las
reflexiones y las propuestas no son próximas, visibles y accesibles, tampoco
podrán entusiasmar a todos.
Rescato del olvido el guion que propuse en aquellas jornadas.
Por si sirve de algo para la reflexión y porque creo que incorpora actividades
más de andar por casa y de participación colectiva. La primera parte es panorámica
y más general. La segunda describe un esquema de actuaciones concretas y
cercanas en un campo, para mí más querido, como es el de la cultura y la
enseñanza. Los años pasan y todo es mejorable y modificable. Lo copio tal como
lo pensé entonces, hace ya ocho años. Lo daré en dos o tres entregas.
Paciencia.
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