Cuando uno se decide a echar su cuarto a espadas, es decir, a
opinar acerca de cualquier asunto, puede adoptar diversos puntos de vista, que
recogen desde el tono más optimista, pasando por el pretendido tono neutro,
hasta la postura más pesimista. Al fin, viene a cumplirse aquello de que “…todo
es según el color del cristal…”.
No son pocos los elementos que intervienen en la toma de
decisión, no siempre consciente pero siempre presente: el estado de ánimo, la
formación, la visión estrecha o panorámica que se aplique, la naturaleza del
asunto, los contextos… Todo, como casi siempre, es aproximación, forma de
entenderse, sentido común y buena voluntad.
Pero es verdad que el sabor que trasciende tiene un gusto
distinto según las ocasiones. Y, aunque solo sea para entendernos mejor, ¿cuál
es el tono más conveniente, el optimista o el pesimista traducido a realista?
No es fácil la elección.
Se me hacen ahora presentes las palabras del maestro don
Antonio Machado en su Juan de Mairena: “Que no vivimos en el mejor de los
mundos posibles lo prueba suficientemente el que apenas si hay nada de lo cual
no pensemos que pudiera mejorarse”. Es difícil, salvo alelamiento seráfico, no
certificar la veracidad de estas palabras. Pero algo parecido le sucede a otras
del mismo autor: “Que nuestro mundo no es el peor de los mundos posibles lo
demuestra también el que apenas si hay cosa que no pensemos como especialmente
empeorable”.
Entonces, ¿cuál es la postura menos mala? Yo no lo tengo nada
claro. Me resulta doloroso dejar pasar la crítica de algo que creo que es
manifiestamente mejorable, y no me gusta la complacencia ni la resignación sin
una gota al menos de pimienta que dé sabor al guiso y que empuje a su mejora, o
al menos al análisis de otras posturas. Pero cada vez me apetece menos la
monserga continuada y la exageración en la controversia, sobre todo cuando las
opiniones se amontonan, se superponen, se atropellan y no se dejan ver en el
contraste sereno y razonado. Y, para rematarlo, las zonas intermedias son casi
infinitas y los matices componen casi un arco iris.
Se dice que un pesimista es un optimista bien informado.
Quizás haya bastante de cierto en ello. No quiero concluir en el sentido
contrario para no dejar en mal lugar al optimista.
Creo que la reflexión sirve para cualquier momento de la vida
y termina por configurar un carácter y un comportamiento general en las
personas. Difícil graduar esta actitud.
Hoy, por ejemplo, me han invitado a una mesa redonda en la
que, si me expreso con sinceridad, tendría que emplear un tono pesimista acerca
de lo que allí se va a tratar, o al menos de crítica bastante severa. El
contexto, sin embargo, me pide moderación y contención, pues se trata de
premiar a un medio de comunicación y no parece adecuado que yo manifieste mi
disconformidad con lo que ese medio expresa y representa. ¿Quién me ata esta
mosca por el rabo?
El mundo es muy cambiante y en él caben muchos puntos de
vista. No creo que todos, porque eso de que todas las opiniones son respetables
es una solemne majadería, pero, según y cómo, muchos más de los que a simple
vista pueda parecer. Veremos.
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