La
biología es acaso la mejor expresión del tiempo, con sus límites precisos y con
sus predios exteriores infinitos y desconocidos, o tal vez sencillamente
inexistentes. Con el poso de esa biografía los perfiles cambian, los colores
pierden nitidez y las verdades se reducen y tal vez pierdan fuerza y
consistencia. A la vista de todo esto, y con el conocimiento o descontrol que de
ello se tenga, se adoptan posturas diferentes, que acarrean actitudes y
comportamientos distintos. De cuándo se producen estos cambios, de su velocidad
y de la intensidad de los mismos responde cada uno particularmente; si es que
en realidad lo hace, porque el día a día nos muestra que todos envejecemos pero
no todos maduramos.
La
consideración me la sugiere el texto del último disco de Sabina, LO NIEGO TODO,
y en concreto la tercera de sus canciones, que posee el mismo título. Después
de dar un repaso por alguna de las situaciones de su vida (reales o fingidas,
esto no importa demasiado), viene a afirmar la negación de las mismas, incluso
si fueran verdad: “Si me cuentas mi vida, lo niego todo.
Ni
tanto ni tan calvo, podríamos resumir; ni fui el que aparentaba, ni lo que hacían
de mí. Al fin, con altibajos, como tantos vecinos, marcando lo impreciso de
todos los caminos… No por haberlo hecho, ni dejado de hacer, sino porque ahora
mismo mi manera de ver, aunque sea el mismo mundo, no pertenece a él.
Tal
vez la clave sea esta: no exactamente el hecho de negar el pasado ni todo lo
que le pertenece, sino el aguijón de afirmar una nueva mirada sobre la realidad
externa y sobre la personal, esa mirada que relaja los hitos, que conforma más
grises, que ya depende menos de lo que digan otros, que ya no necesita el mundo
por montera ni horizontes de gloria con perfumes ni tul. En esa situación de
tensa espera, de no corras de prisa hacia el abismo, de goza de lo próximo y
entiende que el mundo es mucho más de lo que puedes y que en la intimidad de lo
pequeño y en la ternura limpia de una lágrima se esconde un gran tesoro, se
afirma otra mirada diferente, que invita a rechazar otras visiones.
No
renunciar a nada del pasado: el pasado es pasado, y a otra cosa, que es tiempo
de presente y de futuro, con el sabio sosiego de la serenidad, con la certeza exacta
de que todo fue entonces un mucho más que nada y algo menos que todo. Y si uno
fue careta y representación, pues que todos conozcan que mucho fue teatro pero
entre bambalinas no existía el maquillaje y apretaba la tos. Hay un viaje
pendiente y el tren está esperando, subámonos de prisa al último vagón. El tren
lleva arrastrando “aquellos polvos y estos lodos”; mirémoslos de frente, sin
negar su función, y con ellos a cuestas hagamos estación; y no de penitencia,
de fiesta y de razón.
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