domingo, 9 de abril de 2017

SINO AL QUE ANDUVO EN EL MAR


Se inicia la semana santa, la semana de pasión, los días en los que la devoción cristiana se mezcla con todo para terminar formando un pastiche que yo no logro entender por más que me esfuerzo. Hoy mismo, al lado de los pasos populares de la Borriquilla, se da como noticia que media ciudad de Málaga no se quiere perder de vista la presencia de Antonio Banderas como hermano de alguna cofradía, y a la periodista que da la noticia se le abre una sonrisa de oreja a oreja, como si estuviera anunciando el santo advenimiento. Será que el susodicho redime más que el mismo Cristo. En las imágenes aparecen guardias y tambores haciendo ruido junto a imágenes de vendedores de palomitas o de puestos de helados que hacen ya en abril el agosto, mantillas y capuchones, velones y flores de todo tipo… La parafernalia abarca demasiadas variables; algunas casi de exactitud geométrica: esas salidas de las iglesias sin roce en las paredes (con lo sencillo que sería abrir las puertas y dejarse de sandeces); esas levantás, que parecen retrotraerse a la época anterior al invento de la rueda; los suspiros del “no se pué explicar si no se vive”; o el bullicio que impide el recogimiento y elimina la posibilidad de pensar un ratito. Cuántas cosas tan extrañas para mí.
¿Qué es eso del Padre, del Hijo y del Espíritu? ¿Cómo se desdobla eso? ¿Cómo se explica eso de que Dios envía nada menos que a su propio hijo para ser crucificado como precio de redención? ¿De qué redención? ¿Pero no es un dios infinitamente poderoso, misericordioso y bueno? ¿Qué culpa tengo yo de la caída y del pecado? ¿Y de la crucifixión? ¿Por qué siempre un dios de dolor, de sangre y de miedo? ¿Pero cómo un dios de amor puede meter miedo? ¿Cuánto, en realidad, tendrá que ver Dios con los desfiles profesionales, con los capuchones, con las mantillas, con la guardia civil y la policía, con la legión o con los representantes sociales y con toda la parafernalia?
Sigo sin entender por qué no son los mismos cofrades los que primero protestan por casi todo lo que rodea una procesión que olvida el pensamiento y la reflexión acerca de lo que allí se está representando. El tiempo y la liturgia pueden resultar atractivos para cualquiera, pero eso es solo superficialidad, apariencia y cosa vana. Algo más debería haber en estas manifestaciones. Tal vez lo haya; yo no termino de verlo.
Otra vez vuelvo al cantar:
“!Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero,
a ese Jesús del madero,

sino al que anduvo en el mar!”.

2 comentarios:

Jesús Majada dijo...

Creo que este año no voy a ir a ver procesiones a Málaga, aunque esta noche sale El Cautivo...
La Semana Santa de aquí es la sublimación del barroco. No puede ser de otra manera: empiezan las noches tibias, la brisa llega cargada de olor a azahar inunda y la primavera se hace presente...
Las mañanitas de abril
dulces son para dormir;
y las de mayo mejor,
si no despertara amor...

Antonio dijo...

Totalmente de acuerdo con la imagen propuesta, que resume muy bien todo lo externo de esas semanas santas. Admito incluso que a mí la liturgia me gusta mucho. Pero, si eso no se contrasta con el pensamiento, ¿en qué se queda realmente?
Ah, y vete a ver al Cautivo porque tu mirada y la suya seguro que se dirán cosas distintas.
Un abrazo.
Antonio