Se inicia la semana santa, la semana
de pasión, los días en los que la devoción cristiana se mezcla con todo para
terminar formando un pastiche que yo no logro entender por más que me esfuerzo.
Hoy mismo, al lado de los pasos populares de la Borriquilla, se da como noticia
que media ciudad de Málaga no se quiere perder de vista la presencia de Antonio
Banderas como hermano de alguna cofradía, y a la periodista que da la noticia
se le abre una sonrisa de oreja a oreja, como si estuviera anunciando el santo
advenimiento. Será que el susodicho redime más que el mismo Cristo. En las
imágenes aparecen guardias y tambores haciendo ruido junto a imágenes de
vendedores de palomitas o de puestos de helados que hacen ya en abril el
agosto, mantillas y capuchones, velones y flores de todo tipo… La parafernalia
abarca demasiadas variables; algunas casi de exactitud geométrica: esas salidas
de las iglesias sin roce en las paredes (con lo sencillo que sería abrir las
puertas y dejarse de sandeces); esas levantás, que parecen retrotraerse a la
época anterior al invento de la rueda; los suspiros del “no se pué explicar si
no se vive”; o el bullicio que impide el recogimiento y elimina la posibilidad
de pensar un ratito. Cuántas cosas tan extrañas para mí.
¿Qué es eso del Padre, del Hijo y del
Espíritu? ¿Cómo se desdobla eso? ¿Cómo se explica eso de que Dios envía nada
menos que a su propio hijo para ser crucificado como precio de redención? ¿De
qué redención? ¿Pero no es un dios infinitamente poderoso, misericordioso y
bueno? ¿Qué culpa tengo yo de la caída y del pecado? ¿Y de la crucifixión? ¿Por
qué siempre un dios de dolor, de sangre y de miedo? ¿Pero cómo un dios de amor
puede meter miedo? ¿Cuánto, en realidad, tendrá que ver Dios con los desfiles
profesionales, con los capuchones, con las mantillas, con la guardia civil y la
policía, con la legión o con los representantes sociales y con toda la
parafernalia?
Sigo sin entender por qué no son los
mismos cofrades los que primero protestan por casi todo lo que rodea una
procesión que olvida el pensamiento y la reflexión acerca de lo que allí se
está representando. El tiempo y la liturgia pueden resultar atractivos para
cualquiera, pero eso es solo superficialidad, apariencia y cosa vana. Algo más
debería haber en estas manifestaciones. Tal vez lo haya; yo no termino de
verlo.
Otra vez vuelvo al cantar:
“!Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero,
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!”.
2 comentarios:
Creo que este año no voy a ir a ver procesiones a Málaga, aunque esta noche sale El Cautivo...
La Semana Santa de aquí es la sublimación del barroco. No puede ser de otra manera: empiezan las noches tibias, la brisa llega cargada de olor a azahar inunda y la primavera se hace presente...
Las mañanitas de abril
dulces son para dormir;
y las de mayo mejor,
si no despertara amor...
Totalmente de acuerdo con la imagen propuesta, que resume muy bien todo lo externo de esas semanas santas. Admito incluso que a mí la liturgia me gusta mucho. Pero, si eso no se contrasta con el pensamiento, ¿en qué se queda realmente?
Ah, y vete a ver al Cautivo porque tu mirada y la suya seguro que se dirán cosas distintas.
Un abrazo.
Antonio
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