lunes, 18 de septiembre de 2017

EQUIDISTANCIA


Siempre he escrito que la palabra, por naturaleza, es pobre e imprecisa, que recoge tan solo una aproximación a la descripción que de la idea de una cosa nos hacemos cada uno de los que la usamos. Desde la realidad externa hasta las palabras hay un trecho largo y varias estaciones que distraen la atención del viajero. Tomémoslas, pues, con serenidad, sin imposiciones tajantes y con el buen talante del sentido común.
Para estropeárnoslo todo y dejarnos con la cara pintada, vienen luego las acepciones, los campos léxicos y las evoluciones inevitables, tanto en la forma como en el significado.
Sucede con todo, y con todas las palabras. Viene a mi recuerdo, de nuevo, la realización de una tesis doctoral -de un chino, para más inri- acerca de la humilde preposición “a”. Pues el esfuerzo investigador tenía nada menos que casi mil páginas. Casi nada.
¿Por qué en estas pocas líneas el término EQUIDISTANCIA y no otro? Pues porque en estas fechas toca tomar posición respecto de un asunto muy grave en términos históricos y sociales. Es, claro, el “asunto” catalán.
Equidistancia -parece evidente- tiene, en su origen, sentido y aplicación geométricos. Aún los mantiene en su definición: “Igualdad de distancia entre varios puntos u objetos”. Pero la maravilla y la magia de la lengua nos permite agrandar el mundo y ampliar los campos a los que, por diversos motivos, se va dirigiendo la palabra, hasta apoderarse de ellos. Hoy, además del contexto geométrico, todos debemos entender que la cualidad de equidistante se la aplicamos a aquella postura según la cual, en un conflicto, tanta culpa tienen unos como otros y deben repartirse, a partes iguales, la penitencia. Es una manera muy fácil de quitarse el muerto de encima y de no comprometerse, de salir bien parado y de ganar siempre, sea cual sea el resultado final.
Claro que depende de la interpretación que hagamos del concepto. Equidistantes despreciables son aquellos que, sin analizar, se desentienden y solo buscan no resultar comprometidos. Equidistantes razonables son aquellos que sopesan variables, causas y consecuencias, y que deducen, acertada o desacertadamente, conclusiones lógicas, en las que no encuentran verdades absolutas sino aristas e imperfecciones varias. Equidistantes despreciables son aquellos que, cuando han pillado in fraganti a los suyos, solucionan el asunto con aquello de todos son iguales, y que, cuando los señalados son los otros, no admiten ni un gramo de comprensión ni de benevolencia. Equidistantes razonables son aquellos que señalan tanto a los suyos como a los de los otros y, en ambos casos, lo hacen con serenidad y sin odio ninguno.
Ya se ve que también en este término, la escopeta de la interpretación la carga el diablo y conviene estar atento para saber con quién nos jugamos los garbanzos de la exactitud y de las intenciones. En cualquier caso, la equidistancia geométrica se puede observar y describir, la filosófica o social no hay forma de precisarla del todo.
¿Debemos, pues, ser equidistantes? ¿Y quién soy yo para asegurar nada? Pareceré equidistante también e indefinido. Pues no. Me gustaría razonar siempre y concluir con lógica, serenidad y equidad. Y siempre con la duda de que la verdad absoluta tal vez solo sea una aspiración y nunca una realidad. Solo así creo que se pueden solucionar los conflictos. Pero me da mucho miedo esa equidistancia ramplona del que no analiza y trata a todos con el mismo rasero.

No obstante, que nadie se confunda para el caso catalán. No quiero repetirme ni simplificar demasiado el asunto, pero, por si acaso no está claro, repetiré: Se enfrentan la legalidad y la ilusión. Sin legalidad no hay referente razonable. Hay, pues, que partir de ella siempre. Las leyes deben estar al servicio de los ciudadanos (de todos, sobre todo de los más necesitados), no los ciudadanos al servicio de las leyes. Poner puertas al campo de la ilusión (bien o mal entendida -como la ley-, esto poco importa) no es posible sin una convulsión demasiado grande. El sentido de separación provoca en el rechazado reacciones también pasionales que no son fáciles de encauzar razonadamente. Buscar separación desde situaciones económicas ventajosas no parece precisamente ni muy racional ni muy solidario. Los nacionalismos siempre son de derechas y egoístas, aunque se disfracen de gentes de izquierdas. Me interesan mucho más los que suman que los que restan, los que aman que los que odian, los que acercan que los que separan. Las situaciones se explican mejor si se analizan todos los antecedentes que las han propiciado y hasta provocado… De modo que todos tendremos alguna culpa, pero no todos la misma culpa. Equidistantes, no, por favor.

No hay comentarios: