Siempre he escrito que la palabra, por naturaleza, es pobre e
imprecisa, que recoge tan solo una aproximación a la descripción que de la idea
de una cosa nos hacemos cada uno de los que la usamos. Desde la realidad
externa hasta las palabras hay un trecho largo y varias estaciones que distraen
la atención del viajero. Tomémoslas, pues, con serenidad, sin imposiciones
tajantes y con el buen talante del sentido común.
Para estropeárnoslo todo y dejarnos con la cara pintada,
vienen luego las acepciones, los campos léxicos y las evoluciones inevitables,
tanto en la forma como en el significado.
Sucede con todo, y con todas las palabras. Viene a mi
recuerdo, de nuevo, la realización de una tesis doctoral -de un chino, para más
inri- acerca de la humilde
preposición “a”. Pues el esfuerzo investigador tenía nada menos que casi mil
páginas. Casi nada.
¿Por qué en estas pocas líneas el término EQUIDISTANCIA y no
otro? Pues porque en estas fechas toca tomar posición respecto de un asunto muy
grave en términos históricos y sociales. Es, claro, el “asunto” catalán.
Equidistancia -parece evidente- tiene, en su origen, sentido
y aplicación geométricos. Aún los mantiene en su definición: “Igualdad de
distancia entre varios puntos u objetos”. Pero la maravilla y la magia de la
lengua nos permite agrandar el mundo y ampliar los campos a los que, por
diversos motivos, se va dirigiendo la palabra, hasta apoderarse de ellos. Hoy,
además del contexto geométrico, todos debemos entender que la cualidad de equidistante
se la aplicamos a aquella postura según la cual, en un conflicto, tanta culpa
tienen unos como otros y deben repartirse, a partes iguales, la penitencia. Es
una manera muy fácil de quitarse el
muerto de encima y de no comprometerse, de salir bien parado y de ganar
siempre, sea cual sea el resultado final.
Claro que depende de la interpretación que hagamos del
concepto. Equidistantes despreciables son aquellos que, sin analizar, se
desentienden y solo buscan no resultar comprometidos. Equidistantes razonables
son aquellos que sopesan variables, causas y consecuencias, y que deducen,
acertada o desacertadamente, conclusiones lógicas, en las que no encuentran
verdades absolutas sino aristas e imperfecciones varias. Equidistantes despreciables
son aquellos que, cuando han pillado in
fraganti a los suyos, solucionan el asunto con aquello de todos son
iguales, y que, cuando los señalados son los
otros, no admiten ni un gramo de comprensión ni de benevolencia. Equidistantes
razonables son aquellos que señalan tanto a los suyos como a los de los otros
y, en ambos casos, lo hacen con serenidad y sin odio ninguno.
Ya se ve que también en este término, la escopeta de la
interpretación la carga el diablo y conviene estar atento para saber con quién
nos jugamos los garbanzos de la exactitud y de las intenciones. En cualquier
caso, la equidistancia geométrica se puede observar y describir, la filosófica
o social no hay forma de precisarla del todo.
¿Debemos, pues, ser equidistantes? ¿Y quién soy yo para
asegurar nada? Pareceré equidistante también e indefinido. Pues no. Me gustaría
razonar siempre y concluir con lógica, serenidad y equidad. Y siempre con la
duda de que la verdad absoluta tal vez solo sea una aspiración y nunca una
realidad. Solo así creo que se pueden solucionar los conflictos. Pero me da mucho
miedo esa equidistancia ramplona del que no analiza y trata a todos con el
mismo rasero.
No obstante, que nadie se confunda para el caso catalán. No
quiero repetirme ni simplificar demasiado el asunto, pero, por si acaso no está
claro, repetiré: Se enfrentan la legalidad y la ilusión. Sin legalidad no hay
referente razonable. Hay, pues, que partir de ella siempre. Las leyes deben
estar al servicio de los ciudadanos (de todos, sobre todo de los más
necesitados), no los ciudadanos al servicio de las leyes. Poner puertas al
campo de la ilusión (bien o mal entendida -como la ley-, esto poco importa) no
es posible sin una convulsión demasiado grande. El sentido de separación
provoca en el rechazado reacciones también pasionales que no son fáciles de
encauzar razonadamente. Buscar separación desde situaciones económicas
ventajosas no parece precisamente ni muy racional ni muy solidario. Los nacionalismos siempre son de derechas y egoístas, aunque se
disfracen de gentes de izquierdas. Me interesan mucho más los que suman que los
que restan, los que aman que los que odian, los que acercan que los que
separan. Las situaciones se explican mejor si se analizan todos los
antecedentes que las han propiciado y hasta provocado… De modo que todos
tendremos alguna culpa, pero no todos la misma culpa. Equidistantes, no, por
favor.
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