En su obra Capitalismo,
socialismo y democracia, el economista y profesor J.A. Schumpeter, no
precisamente un enemigo declarado y peligroso del sistema capitalista,
enumeraba, como condiciones de paso, desde un capitalismo, predestinado a morir
desde sus propias normas y expansión, hacia un socialismo maduro y tranquilo,
algunas nacionalizaciones que se podían hacer como primeros pasos. Estas
nacionalizaciones son las siguientes: “1) El aparato bancario; 2) El ramo de
los seguros; 3) Los ferrocarriles y en general el transporte; 4) Las minas
(carbón); 5) La producción, transmisión y distribución de la corriente eléctrica;
6) La industria del hierro y del acero; 7) Las industrias de la construcción y
los materiales de construcción”.
El texto posee casi ochenta años. Las circunstancias han
cambiado sustancialmente pues los descubrimientos científicos y sus
aplicaciones técnicas han creado una realidad nueva. El número de personas y su
organización también resultan algo impensado para la primera mitad del pasado
siglo, época en la que se articulaba este pensamiento…
Pero parecería lógico suponer que la parte de realidad que
habría de pasar al interés y al dominio colectivo tendría que irse ampliando
sucesivamente, es decir, que tendríamos que habernos puesto de acuerdo en
entender que hay muchas cosas que no pueden faltar a ningún miembro de la
comunidad porque son bienes básicos y todos debemos disponer de ellos en
cantidades mínimas que aseguren la supervivencia. Suprimir elementos de este
grupo de siete propuesto no sería dificultoso. Pero tampoco lo sería añadir
muchos más que apuntarían a los derechos humanos generales y a un nivel de ética
social en el que deberíamos instalarnos e ir ampliando como mejora de toda la
sociedad.
No estoy seguro de que se cumplan en nuestros días ni
siquiera los que el profesor Schumpeter enumera. Basta repasar la lista o
detenerse en alguno de ellos.
¿Qué pasa con el agua y con la electricidad, por ejemplo? ¿No
son bienes básicos que no se pueden dejar en manos privadas y sin un férreo
control público? ¡En pleno siglo veintiuno!
Acabamos de pasar un caluroso y seco verano. Nos asomamos al
periodo del frío. Las reservas de agua son las mínimas. El frío en los hogares
más humildes se hará notar y habrá mucha gente que no sabrá lo que es sentirse
a gusto en el calor de casa. ¿Se le pueden negar a un ser humano unos mínimos
de supervivencia en estos dos productos?
Mientras tanto, las eléctricas y concesionarios de aguas se
forran o dejan que se forren algunos de sus dirigentes de manera ilegal y
siempre indecorosa. Los primos del jefe siguen negando el cambio climático y
los demás nos ofuscamos hasta el odio en identidades territoriales y derechos
ancestrales de la tribu.
La aplicación de estos derechos tiene planos muy diversos;
van desde el nivel estatal hasta el municipal e individual. Las concesiones
municipales del agua, por ejemplo, dependen de las poblaciones. ¿No merece al
menos la pena una discusión serena y razonada este asunto? ¿La promueven los
partidos? ¿Y las asociaciones de todo tipo: culturales, deportivas, vecinales…?
El desarrollo de los principios puede resultar más complicado, pero la visión
de conjunto es clara como los rayos del sol.
Ahí seguimos, en el recelo individual y en la mirada corta y
egoísta, personal y cicatera. El tiempo dirá, si es que quiere decir algo. Ahí
queda apuntado.
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