La elección de la palabra es siempre importante, pero aquí se
me antoja clave. No sé si la mejor es emoción o acaso debería utilizar
conmoción, convulsión, exaltación, agitación o hasta rebelión. Otra vez la
imprecisión de la palabra.
En todo caso, quiero referirme a ese estado de ánimo alterado
en que se encuentra un buen número de habitantes de Cataluña y que, al ser
compartido, tal vez convierta todo en conmoción.
Ayer oponía la legalidad a la emoción en este caso. Lo hacía
no porque necesariamente tengan que ser opciones que se excluyan sino porque
creo que, según demos prioridad a un término o a otro, las actuaciones terminan
siendo diferentes y, sobre todo, las formas que se practican a partir de esa elección.
Dije y sostengo que, si no tenemos como primer referente la legalidad jurídica
positiva, no hay forma sencilla -ni casi difícil- de ponerse de acuerdo.
Escribí también que poner puertas al campo no es posible. Y en esas estamos, en
poner puertas a una riada que se ha hecho casi diluvio.
Controlar emociones, sobre todo si son colectivas, resulta
mucho más difícil que desbordarlas. Hasta ahora, muchos hemos contribuido al
desbordamiento y a la riada, aunque no todos con la misma fuerza y entusiasmo. Encauzar
ahora la crecida emocional no parece que tenga mucha mano de obra preparada y
dispuesta. ¿Cómo se puede hacer eso? Yo no lo sé. ¿Cómo puede renunciar un
gobernante cualquiera a cumplir y a hacer cumplir la ley? ¡Es su primera y
principal obligación! ¿Cómo se puede, por otra parte, sustraerse a la emoción
de un amplio colectivo, sobre todo cuando se comulga con esa emoción, como es
el caso de los gobernantes catalanes? Cualquier renuncia, por cualquier parte,
se antoja imposible, y las llamadas a la “negociación” en estos días parecen
simples brindis al sol.
Yo no puedo negar el derecho a la emoción de nadie ni a su
expresión individual (yo
mismo me emociono cada dos por tres) o colectiva. Sí afirmo que las
aglomeraciones me dan literalmente miedo y que la experiencia enseña que un
botellón místico no se hace solo en el Vaticano. Ahí están los estadios
deportivos, las verbenas, las salas de fiesta, los mítines, las plazas de
toros… Me resulta también muy difícil de objetivar conceptos abstractos y
genéricos: nación, libertad, democracia… si no hay por detrás personas de carne
y hueso.
Lo peor de todo es que a unas emociones se puede responder
con otras emociones, también desbordadas y caudalosas. De hecho ya se puede
observar en muchas ocasiones: productos comerciales, viajes, conversaciones…
Este mal ya está hecho y su curación será larga y penosa.
Pero las aguas bravas corren impetuosamente hasta la llanura
y hasta el mar; navegar por ellas exige gran pericia. Solo entiendo de nuevo,
como tabla salvadora a la que agarrarse, la del sentido común y la buena
voluntad. Quizás sea muy poco para esta ocasión.
Lo siento, no doy para más, no llego más lejos en este
asunto.
Y, sin embargo, ¡hay que vivir, y levantar la cabeza cada
mañana! ¿Por qué no ver sumas en lugar de restas y distanciamientos? A veces
las cizañas crecen entre el cereal y no lo dejan ver. Ojalá grane el trigo y dé
al final buen pan.
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