CADMO
Cuando el padre de Europa es
informado
del rapto de su hija
por el ardid de Júpiter,
a Cadmo, hermano de ella, se
le ordena
buscar por todas partes;
si no consigue el éxito, el
exilio
será su recompensa desdichada.
Deja Cadmo su patria y,
suplicante,
implora ante el oráculo de
Apolo:
“Sigue el camino lento de la
vaca
y, en la hierba que sirva de
descanso
a sus blancas quijadas,
fundarás la ciudad que
solicitas”.
No lejos de la cueva de
Castalia
se le aparece el bóvido, que
al cielo
levanta la testuz y de
repente
se desploma en la hierba.
Muy cerca del lugar, un alto
bosque,
jamás talado por segur
alguna,
se alzaba; y en el medio,
una cueva con sierpe
de tres filas de lenguas y
de dientes.
Con sus potentes fauces y
venenos
priva de luz a todos los
fenicios
que acompañan a Cadmo.
Cadmo busca con pena a sus
amigos
y se adentra en el bosque.
Allí ve cuerpos muertos
y sangre provocada por la
sierpe
entre sus compañeros:
“O seré vengador de vuestra
muerte,
o tendré el mismo fin de
vuestras vidas”.
Allí se vio una lucha
formidable
entre Cadmo y la sierpe:
piedras enormes, jabalinas,
dardos,
lanzados contra el cuerpo
del ofidio,
se enfrentan con escamas,
sacudidas violentas en todas
direcciones,
espumas blanquecinas
que enturbian el ambiente
con ponzoña.
El leño de una encina
sirvió de negra espada
a la cerviz herida de la
sierpe,
el tronco de aquel árbol
gimió al ser azotado por la
cola:
tal era su dolor y su
tamaño.
El terror le ha durado
A Cadmo largo tiempo
pensando en la serpiente que
ha vencido,
pero Palas, su diosa
protectora,
se presenta y le ordena
“poner bajo la tierra
removida
los dientes viperinos”.
Esparce Cadmo en tierra los
colmillos
y emergen con asombro, como
ejércitos,
las puntas de las lanzas,
las cabezas,
los hombros y los pechos
de una cosecha de hombres
de nombre los Espartos o
“Sembrados”.
Con ellos alza Cadmo
las murallas de Tebas
y funda la ciudad.
Añade descendencia en
parentesco
con la hija de Venus,
Harmonía.
Lo que traerá el futuro sólo
es ciencia
del libro de los dioses.
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