1.- Me manda una persona próxima un libro y me invita a leerlo.
El libro se titula Diez horas de Estat
Català. El contexto me empuja y lo leo con avidez. El periodista Enrique de
Angulo, testigo directo de los actos, recrea las horas de proclamación del
Estat Català, por parte de Companys, en octubre de 1934. Fue apenas una noche.
El texto posee un sesgo centralista casi insoportable. No
comparto esa postura en absoluto. Los datos hay que enumerarlos y después
interpretarlos. Reniego de la interpretación que el autor hace, pero LOS INGREDIENTES
Y LOS DATOS ESTÁN AHÍ, y esos no se los inventa.
El libro tiene vigencia por los acontecimientos de Cataluña.
Creo que hay elementos diferentes, pero ¡coinciden tantos otros! Me gustaría
mucho que los resultados no fueran los mismos de entonces, sobre todo en lo que
a violencia se refiere. Pero tengo miedo, lo confieso.
2.- En nuestra página Libre Albedrío, leo la columna
que ha colgado Manolo Casadiego, que ya parece que revive después de tanto
tiempo postrado. Es una columna escrita por Lidia Falcón hace tan solo unos
días y publicada en Diario 16. Aborda el mismo asunto, pensando en la
actualidad. Suscribo lo que en ella se dice con escasos matices. Es esta:
La historia falseada
“El nacionalismo es un invento de la
burguesía para dividir a los trabajadores. “Carlos Marx
Leo los argumentos de la izquierda
apoyando el “referéndum sobre la independencia” y la “autodeterminación” de
Catalunya, y me entristezco. Además de pretender separar a los trabajadores y a
las mujeres de los pueblos de España, enfrentándolos entre sí, además de
haberse lanzado a ese proyecto para ocultar el latrocinio a que se han dedicado
los próceres que han gobernado y gobiernan Cataluña, además de haber
desmovilizado las protestas sociales que se desencadenaron cuando comenzó el
gobierno de Artur Mas, han falseado la historia.
Comentaristas hay que, situándose en la
izquierda, aseguran que la independencia de Cataluña no es una moda que surja
de pronto sino que sus orígenes se sitúan en el siglo XVII, cuando el ejército
español la ocupó.
Con estos mimbres- y otros más endebles
todavía como la supuesta catalanofobia que padecen los “españoles” contra el
pueblo catalán- hasta Izquierda Unida y la Junta Estatal Republicana aceptan el
derecho de autodeterminación de los pueblos de España en sus manifiestos
programáticos.
Miro los carteles del magnífico
cartelista anarquista catalán Renau durante la Guerra Civil, donde se llama a
la acción: “Per la Llibertad de Catalunya Ajudeu Madrid”, “Defensar Madrid es
defensar Catalunya”.
Recuerdo la declaración de la
Confederación Nacional de Trabajadores de que la única patria del proletariado
es el sindicato, y oigo todavía las apasionadas palabras, sobre la unión de los
proletarios, de mi abuela Regina de Lamo, anarquista, cuando en los años
anteriores a la II República militaba con Lluís Companys en Barcelona –quien
fue más tarde presidente de la Generalitat de Catalunya- , por el sindicalismo
y el cooperativismo codo con codo con los obreros catalanes. Mi abuela era de
Jaén.
Recuerdo la indignación que sentí cuando
María Aurelia Campmany me espetó que todo el que hablaba castellano en Cataluña
era fascista.
Esta perversión de lo que había sido la
fraternal unión de las clases trabajadoras en España ha calado en los sectores
de izquierda actuales que, presos del Síndrome de Estocolmo, están apoyando las
demandas de la burguesía siempre esquilmadora del proletariado. Dividiéndolo
entre catalanes y españoles, entre los de pura cepa y los charnegos, entre los
españolistas y los catalanistas, los independentistas y los unionistas, los
federalistas y los centralistas. Esos Mas y Puigdemont y Junqueras no se
atreven a reclamar la pureza de su sangre como hacen los vascos, porque sería
demasiado para un pueblo que se formó con iberos, fenicios, cartagineses,
romanos, germanos, árabes, judíos, franceses, andaluces, aunque sería bueno que
se leyera a Herribert Barrera.
Pero eso de la “identitat” y del
“sentiment” que se airea para justificar el deseo de los catalanes de separarse
de los demás españoles tiene ese tufillo. Al fin y al cabo ellos son
diferentes, porque son mejores. Y todas las diferencias tienden al racismo.
En memoria de Regina de Lamo, de
Buenaventura Durruti que murió en el frente de la Casa de Campo, de Federica
Montseny que estará revolviéndose en su tumba al oír a los independentistas, de
Renau y sus carteles llamando a los catalanes a defender Madrid, de todos los
catalanes y las catalanas que lucharon por mantener la II República, que decía
en su artículo 1º que “era una República de trabajadores de todas las clases”,
escribo estas líneas que merecen más un libro, para desmontar la falsa historia
que están contando los independentistas para apoyar sus demandas.
1.- Cataluña es el nombre de un
territorio, como tantos otros, no de una persona, y como tal no tiene derechos.
Los derechos los poseemos los hombres y las mujeres del mundo. Y son iguales
para todos –o deberían serlo.
2.- Los orígenes genéticos y raciales no
diferencian a los seres humanos. El racismo es un invento de los más
reaccionarios de las clases dominantes para sojuzgar a los esclavos y a los
pueblos colonizados. Todos tenemos el mismo origen: la mona Lucy que se
encontró en Etiopía. Y nuestro mapa genético es idéntico, y muy poco diferente
del de los primates.
3.- Es falso que el pueblo catalán se
enfrentara a Castilla y al rey Felipe V en 1714, reclamando la independencia.
La Guerra de Sucesión, a la muerte de Carlos II sin heredero, fue una guerra
dinástica como tantas de la época, para hacerse con el trono de España.
Enfrentando a la monarquía francesa con la austríaca. Todas las casas reinantes
querían entonces hacerse con el trono de España que era la primera potencia
mundial. Intervinieron en ella los ejércitos de Austria, Francia, Inglaterra,
Holanda, Italia, España, unos a favor del Habsburgo y otros del Borbón. Y si la
Generalitat de Catalunya apoyó al austríaco, que representaba además en aquella
época la monarquía más reaccionaria, otros territorios, como el de Cervera,
apoyaron al francés. Y en esa disputa la mayoría del pueblo catalán quedó al
margen, obligado por sus gobernantes, clérigos y Ejército a alistarse en las
tropas para defender sus intereses, cuando lo que deseaba era librarse de la
servidumbre y la explotación.
4- Es falso también que Catalunya haya
sido nunca independiente. Catalunya formaba parte del reino de Aragón.
5.- El decreto de Nueva Planta de Felipe
V que abolió los Fueros de Cataluña. se enfrenta al feudalismo, inaugurando la
etapa de construcción del nuevo Estado moderno.
6.- Ese decreto no significó hundir a
Cataluña en la represión y la miseria, sino todo lo contrario: como anuló los
acuerdos que había firmado Fernando con Isabel, permitió a los burgueses
catalanes ampliar su comercio a las colonias americanas. Henry Kamen explica que “Cataluña
siguió siendo una región importante, próspera y floreciente, el territorio más
rico de España”.
7.- Lluís Companys no declaró la
independencia de Cataluña ni en 1934 ni en 1936. Declaró el Estat Catalá dentro
de la República Española.
8.- Los trabajadores, las mujeres, los
militares, los intelectuales, de Madrid y de toda España que lucharon en
defensa de la II República lo hacían también por el Estatut de Cataluña.
9.- El pueblo de Madrid que luchaba
contra el fascismo lo hacía también por defender el Estatut de Cataluña.
10.- Los trabajadores catalanes,
republicanos, anarquistas, socialistas, comunistas, se levantaron en armas el
18 de julio de 1936 contra el golpe militar, y crearon el cuerpo de voluntarios
que fueron a intentar liberar Zaragoza y siguieron hasta Madrid, donde muchos
dieron su vida defendiendo la capital de la República. Entre ellos el dirigente
anarquista Buenaventura Durruti. Ellos no se equivocaban, sabían el que único
enemigo era el fascismo.
11.- Durante la dictadura los comunistas
catalanes no nos planteamos nunca la independencia de Cataluña. La consigna que
defendíamos era “llibertat, amnistía y Estatut de Autonomía”, que era el de
1932, aprobado por las Cortes republicanas.
12.- Ni los españoles ni los madrileños
padecieron nunca ninguna catalanofobia. Barcelona siempre fue el ejemplo del
mayor desarrollo industrial y mercantil, artístico, cultural, científico, de
nuestro país, admirada por todas las demás personas que vivían en España.
13.- No es cierto que el 80% de los
habitantes de Cataluña quieran el referéndum sobre la independencia. Es otra
falacia de los gobernantes. Hay que conocer al pueblo que vive en Barcelona y
su conurbación industrial para saber que la mayoría ni quería modificar el
Estatut, promovido por Maragall y origen del actual conflicto –votó menos del
50%- ni le importó la sentencia del Tribunal Constitucional ni quiere ahora
esas aventuras. Solamente la ley electoral ha permitido que los partidos
independentistas formen gobierno.
14.- El derecho de autodeterminación
-libre determinación en lenguaje internacional- aprobado por el acuerdo de
Woodrow Wilson y Lenin, al terminar la I Guerra Mundial, se refiere a los
países colonizados por las potencias colonizadoras. Nadie en sus cabales puede
creer que la situación de Catalunya –mejor dicho de los catalanes- es como la
del Sáhara bajo la opresión de Marruecos o la isla de Timor bajo Indonesia o la
de la India o Kenia bajo el imperio Británico.
15.- Y por supuesto, nadie puede
reclamarse de izquierdas planteando divisiones y separaciones entre los
trabajadores. Porque esas solo benefician a la burguesía. Lo importante, no es
si eres catalán o castellano sino si eres amo o esclavo. Y planteando la
independencia de Cataluña del resto de España se consigue la atomización de un
país que había llegado a un nivel aceptable de convivencia y solidaridad entre
sus pueblos.
16.- Es inadmisible que se diga que
Cataluña tiene una situación económica peor que el resto de España. Posee la
segunda renta per cápita más alta después del País Vasco –ya sabemos por qué. Y
si existe un déficit entre lo que produce y recibe es lógico. De la misma
manera que los ricos pagan –o deberían pagar- más impuestos que los pobres, si
todavía creemos en la redistribución solidaria como conquista de la izquierda.
Esta es la reclamación de la independencia de los ricos.
Solamente el ejemplo de Yugoslavia
podría hacerles reflexionar a los irreflexivos defensores de la independencia
de Cataluña. Un hermoso y próspero país, que había logrado la paz y la
federación después de la II Guerra Mundial, y estaba construyendo el
socialismo, convertido en un mosaico de minúsculos Estados pobres y
dependientes totalmente del Departamento de Estado de EEUU. Claro que hay quien
dice que Cataluña sea otro Luxemburgo, otro paraíso fiscal entre Francia y
España, bajo la potestad de la OTAN.
Es inaceptable que para conseguir ese
objetivo se plantee un referéndum. Que, como todos, sería organizado,
defendido, publicitado, con todos sus medios, por ese gobierno catalán,
encubridor de las mayores tropelías de sus antecesores, para ganarlo.
Y, para que nadie se llame a engaño: yo
soy catalana. Aunque hija de emigrantes, como tres millones más de los
ciudadanos de aquella Comunidad que con nuestro trabajo y nuestra plus valía
hicimos rica y grande a la burguesía catalana.
La izquierda española, si despierta de
este hipnotismo y es suficientemente valiente para denunciar el engaño de los
independentistas catalanes, debe dedicarse a unir a los trabajadores y mujeres
de toda España contra los enemigos comunes: la Monarquía, el Capital y el
Patriarcado.
Y mientras no tome ese camino, quedará
derrotada y sin impulso para dirigir las fuerzas que tienen que alcanzar el
poder para transformar el país.
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