ACTEÓN
(No es crimen, sí delito de
fortuna,
la presencia en el tiempo y
el espacio
de un desnudo de diosa
irresistible.)
Vagaban por los montes
apartados
Acteón y sus muchos compañeros
a la hora en que Febo luce ardiente
en lo alto del cielo con sus
rayos.
Un valle resinoso de sus
pinos,
consagrado al reposo de
Diana,
cerca de allí se esconde. En
un extremo,
un borde de agua mana de una
fuente.
En él la hermosa diosa de
los bosques
solía sumergir bajo las
aguas
sus blancos muslos y sus
dulces pechos
de ardiente desnudez.
Errando por los bosques,
llegó al bosque
Acteón. Penetró en la negra
cueva.
Las ninfas que, desnudas en
las aguas,
acompañan a Diana
llenan los montes con sus
alaridos
y ocultan con sus cuerpos
la imagen de la diosa
cazadora.
Más alta era la diosa y
ofrecía
su cuello y su cabeza a la
mirada:
como un golpe de sol que
ennobleciera
la cara de la tarde era su
rostro,
como el oro bruñido
reverberando al sol.
Con agua de la fuente
cristalina,
salpica los cabellos,
el rostro de Acteón
y anuncia para él largas
desgracias.
De Acteón se alarga el
cuello,
sus manos ya son pies y
largos cuernos
de ciervo le coronan larga
vida,
el cuerpo está velado en
piel oscura
de veloz animal.
Mas le queda el temor y la
vergüenza
de la conciencia humana.
Cuando se vio en el agua
reflejado
en figura de ciervo,
lanzó un gemido que
estremeció al bosque.
Los perros que servían en la
caza
descubren la presencia de
aquel ciervo,
dueño otros días, cruel
botín ahora.
El dueño es perseguido por
sus siervos
por donde no hay camino ni
salida.
Muy pronto las heridas de
los dientes
llenan el cuerpo entero
del cérvido Acteón. Sus
compañeros
le gritan a porfía por que
acuda
a contemplar la presa que se
apaga.
Gime Acteón con un sonido triste,
sin poder dar certeza a sus
amigos
de que es la hermosa presa
que contemplan
y el infeliz amigo por quien
claman,
y muere mientras sacia de
Diana
la cólera de diosa
insatisfecha.
(Hay que ver cómo son estos
dioses,
que, en lugar de gozar sus
amores
en sitios umbrosos,
despedazan en ira las ansias
del que un día cualquiera
contempla unos ojos en forma
de estrellas.
Anda y que los zurzan
con agujas negras).
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