sábado, 28 de julio de 2018

DON QUIJOTE, SANCHO Y EL JUEGO DE LA BALANZA



¿Cuál es la principal virtud de la obra inmortal Don Quijote de la Mancha? Ya doy por hecho que tiene virtudes y que hay alguna que destaca sobre las demás. Pues puede haber quien crea que nos las posee. Está en su derecho, aunque sería bueno que también argumentara su pensamiento. Creo que son más los que piensan que, en realidad, es este libro un saco sin fondo en el que no se esconden los tesoros porque son tantos que no tienen sitio para ocultarse. Cada cual selecciona los que quiere y nunca se equivoca.
Yo coincido con muchos en la apreciación de que una de las líneas maestras es la que rige desde casi al principio hasta el final. Consiste en el juego que mutuamente recrean tanto don Quijote como Sancho. En ese juego, a la vez farsa, comedia, tragedia, magia… y toda una retahíla de conceptos, cada personaje se empeña en engañar al otro sabiendo que lo está engañando y así, engañándose mutuamente, se dan vida y se sustentan. Y no sé si no se puede decir que a la vez terminan engañando también al lector.
Pero es bien sabido que al comienzo es el caballero el que conduce en las ilusiones al escudero en esa imaginación por verse insulano gobernador. En todos los episodios, el caballero hace creer al escudero que toda la realidad está trufada y trastornada por los encantamientos. El escudero aún se mantiene en la realidad inmediata, pero sigue a su señor y recibe las mismas recompensas que él y un peores.
Hay un momento en el que el escudero se pone a la altura del caballero y hasta por encima. Desde esa nueva altura, hace bajar a la realidad primera a su señor, hasta entonces tan trastornado en las ilusiones y en los mundos de la caballería andante.
¿Cuál es este momento? Yo no tengo ninguna seguridad de que el autor del Quijote fuera consciente de ello. NI siquiera que lo buscara en la obra. En ocasiones he defendido, siempre simplificando la opinión, que Cervantes no era consciente de lo que realmente estaba construyendo con su obra inmortal. Pero creo que se puede anotar un episodio y un momento en el que, por primera vez, el caballero sigue las recomendaciones del escudero y somete las leyes de la imaginación a las de los sentidos, o sea, a las de la realidad más inmediata. Se trata del capítulo décimo de la segunda parte. Ambos personajes han acudido al Toboso a reconocer a Dulcinea, es de noche, se topan con la iglesia, hablan con un labrador y se emboscan en espera del día. Sancho está nervioso y no sabe cómo salir de esta situación pues ni ha visto a Dulcinea, ni le ha llevado carta alguna, ni nada que se le parezca. Y hete aquí que su amo le manda que acuda al Toboso a preparar la reunión entre dama y caballero. La buena ocasión y la fortuna le vinieron a ver en forma de tres aldeanas montadas en sus hacaneas. A Sancho se le iluminó todo, llamó a don Quijote y convirtió a una de ellas en Dulcinea en un momento por arte de magia. El caballero, por primera vez, no logró encajar aquella visión en el mundo de su imaginación. Santo Dios, no vio princesas sino “una figura tan baja y tan fea como la de aquella aldeana”, aun más porque “su hacanea a mí me pareció borrica, me dio un olor de ajos crudos que me encalabrinó y me atosigó el alma”. Sin embargo, Sancho cambió la realidad y para él y para su provecho la aldeana fue “princesa vestida y adornada como quien ella es. Sus doncellas y ella todas son un ascua de oro, mazorcas de perlas, diamantes, rubíes, telas de brocado de más de diez altos… (…), “reina y princesa y duquesa de la hermosura”.
Por primera vez don Quijote advierte que aquí hay gato encerrado y que no todo el monte es orégano. No se cura de la enfermedad, por supuesto; tampoco Sancho reniega de sus apetitos y deseos inmediatos. Pero, a partir de este momento, todo se va modulando de una manera paulatina. Hasta el punto de que, al final del camino, Sancho es mucho más Quijote y don Quijote es mucho más Sancho.
La primera prueba la encontramos muy poco después. En el undécimo capítulo el caballero se abstiene por primera vez de entrar en batalla con aquellos que representan las Cortes de la Muerte. El razonamiento de Sancho tratando de distinguir entre valentía y temeridad merece esta respuesta de don Quijote: “Ahora sí -dijo don Quijote- has dado, Sancho, en el punto que puede y debe mudarme de mi ya determinado intento. Yo no puedo ni debo sacar la espada, como otras muchas veces te he dicho, contra quien no fuere armado caballero…”
Poco le duraron las buenas intenciones, pues pronto volvió a las andadas, y nada menos que contra el disfrazado bachiller en forma de Caballero de los Espejos. Pero ya todo será más medido y la figura del escudero se agrandará hasta robarle buena parte del protagonismo a su amo y señor.
Como el libro hunde sus raíces tanto en el pasado como en el futuro, hasta hacerse intemporal, clásico y eterno, me lo traigo hasta mis días y me pregunto cuándo y en qué medida uno equilibra los sueños y las realidades, las ilusiones y los tropezones, las alegrías y las tristezas, el sentido de la adolescencia con el de la madurez. Y no sé qué contestarme. Como no sé tampoco de qué manera magistral mezcla ambas cosas Cervantes en su genial obra. Por eso me integro en los diálogos con el dúo sacapuntas y les respondo y les interrogo y me voy con ellos a volar la ribera y me marcho a las aventuras para oírles y para dejarme oír.
Cada lectura me resulta más jugosa y más agradecida. Y cada una es distinta a la anterior. Tal vez porque ese equilibrio entre razón y sentimiento no existe. Ni falta que hace.

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