jueves, 19 de julio de 2018

EL ÓRGANO Y LA TARDE


                                   EL ÓRGANO Y LA TARDE QUE SE HERMANAN
(CONCIERTO DE ÓRGANO EN SANTA MARÍA, BÉJAR)
Una tarde serena de verano, la luz crepuscular que va alejándose, la frescura del templo tras las paredes amplias y graníticas, el silencio tranquilo, el tiempo que descansa, el ambiente eclesial en sus imágenes y altares, el recuerdo de toda la liturgia, “la música callada, la soledad sonora”…, la mente predispuesta para todo…, y el concierto que empieza.
Son estos elementos los que predisponen un ambiente propicio para que suenen el órgano y su música. Y es lo que se produjo ayer mismo en la iglesia más histórica de Béjar, en Santa María la Mayor, la de Mediavilla, la del centro del casco antiguo, de la población medieval. Se ofrecía un programa cuyos datos literales eran estos:El programa estará integrado por música del compositor bejarano José Lidón (1748-1827) e improvisaciones del propio intérprete, que será el joven y prestigioso organista Jorge García Martín (1985), profesor del Conservatorio Superior de Castilla y León.
PROGRAMA
LA MÚSICA DE TECLA DE JOSE LIDÓN
Fuga sobre Ave maris stella
Fuga sobre O gloriosa Virginum
Cantabile para órgano al alzar en la Misa
Homenaje a José Lidón. Improvisación
Sonata:
Allegro
Andante devoto
Allegro
Aquí practicó como sacristán y organista, su padre. Él desarrolló casi toda su actividad musical en la Capilla Real de Madrid. Ya tuvimos ocasión de asistir a un concierto de música del mismo autor, hace algunos años en el teatro Cervantes. Pero estos y otros son datos históricos y aquí interesan poco; si acaso para recordar con algo de pena lo poco que incorporamos a nuestra escala de valores la creación y el esfuerzo de gentes que cultivan el espíritu y la sensibilidad, lejos del producto interior bruto y otras pasarelas varias.
Siempre me he imaginado el órgano como un instrumento barroco, como esa voz de fondo que acompaña a cualquier tipo de actividad litúrgica, como la melodía que da grandeza sonora a las actividades físicas dentro de los templos. Es verdad que el órgano desarrolla tonalidades muy diversas. Acaso esa es su principal virtud. Pero creo que en todas ellas domina la resonancia general que ofrece en un espacio cerrado pero amplio, el ambiente que crea y que moldea hasta hacerlo espiritual o litúrgico, hasta predisponer los ánimos de los fieles asistentes a participar en (permítaseme la expresión) una especie de botellón místico, con un encaje y un trueque de escala de valores. No era, ni es, difícil imaginar ceremonias grandilocuentes y aparatosas envueltas en el sonido del órgano. Y tal vez también las más calladas e interiores.
Porque, pasados los tiempos barrocos por excelencia y llegados a las épocas de los cánticos al compás de otros instrumentos, el órgano creo que pierde un poco de actividad, de frecuencia y hasta de esencialidad. Su presencia reducida a algunas iglesias importantes y a las catedrales tampoco ha contribuido a su vigencia. Y, para restarle aún más protagonismo, los instrumentos electrónicos han venido a sustituirlo y a hacerlo transportable y adecuado a otros usos.
Tal vez por ello, porque el concierto de órgano se hace ya más raro, la asistencia a uno de ellos te reconforta y te sumerge en un ambiente distinto, lejos ya de los ornatos ceremoniales, pero afectos al recogimiento y al despertar de sensaciones diferentes. Es como si la música dictara el camino interior al que el oyente se puede retirar.
No sé cuál fue el camino de los oyentes en el concierto de ayer en Santa María. Para mí supuso una hora de recogimiento, de ambientación agradable, de camino interior, al son agradecido de sus notas, guiadas por la mano experta de un concertista joven, pero habilidoso y sensitivo.
Repaso las variables que apunté en el primer párrafo y reafirmo el balance positivo de toda la experiencia. Mi mente repitió en eco otra vez las palabras de fray Luis: “El alma se serena / y viste de hermosura y luz no usada, / Salinas, cuando suena /  la música extremada, / por vuestra sabia mano gobernada.  //  A cuyo son divino, / mi alma, que en olvido está sumida, / torna a cobrar el tino / y memoria perdida / de su origen primero esclarecida…”
De vuelta del concierto, las calles de Béjar, encogidas y ya al filo de la noche, despedían a lo lejos los últimos destellos de la tarde, y la ciudad se sumergía lentamente en el silencio.

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