martes, 24 de julio de 2018

SALMODIA DE UN PASEO: BÉJAR-LA CALZADA-BÉJAR


  SALMODIA DE UN PASEO: BÉJAR-LA CALZADA-BÉJAR
Aquel que una mañana a la hora del alba se levantó con la sana intención de salir a las aventuras del camino y que con algo de sigilo para no molestar a los que seguían durmiendo salió de la habitación y se aseó y que después de desayunar solo lo necesario para que más tarde no sintiera el hartazgo a la hora de reponer fuerzas al aire libre y que con los primeros rayos de sol se echó a la calle y se plantó en la Corredera a la espera de sus amigos Manolo Casadiego y Juan Heras con los que había acordado dar un largo paseo y que una vez hechos los saludos de rigor se preguntaron que hacia dónde echaban sus pasos y que a pesar de la cantidad de lugares y senderos que como siempre se les ofrecían a los ojos se dejaron llevar por la cuesta que desde la calle Colón los dejó a los pies del puente de la estación y que allí extendieron la vista y divisaron toda la ladera norte que sombreaba todavía en un verde oscuro y que parecía como si fuera la alfombra de la frescura y que al fondo se dibujaba un horizonte claro pero sin brillo y que también allí los caminos se bifurcaban y podían llevar a los caminantes hacia el río o hacia cualquiera de las dos direcciones en las que la antigua vía del tren se ha convertido en un agradable paseo de vía verde y que los pasos mandaron los cuerpos hacia lo más inclinado por un camino que se estrecha y que corre paralelo a las antiguas huertas hoy poco cultivadas y que a medida que bajaban y sus músculos se iban calentando empezaban a pegar la hebra y arreglaban el mundo en aquellas cosas mostrencas que están ahí para ser discutidas pero nunca arregladas por las personas de a pie y que en dos patadas ya estaban a la altura de la llamada Fábrica de don Paco y que en otros dos pasos más atravesaban el río a derecha e izquierda por un par de puentes angostos y solitarios y que enseguida lo dejaban para acercarse camino del paraje llamado El Rosal y que iban contemplando el esplendor de esa zona de huertas por ser tal vez la más grande en estos parajes de sierra y que el agua seguía rumoreando en los regatos y que poco después volvieron al camino muy cerca del río y a hollar la senda del conocido como Camino de la Umbría y que aunque es de Perogrullo decirlo porque el nombre lo canta todo en sus sendas la sombra era la reina que animaba los pasos y ocultaba el sudor y que desde él se podía admirar la grandeza del doble puente que salva el desnivel del río en la autovía que se ha construido y que durante algunos kilómetros todo era sendero y sombra y agua y rumor y estrechez y flores y silencio y todo lo que la dadivosa naturaleza puede regalar y que los caminantes o senderistas se sentían satisfechos y admiradores de todo lo que veían y olían y oían y que se decían hay que ver cuántas veces hemos alabado lo que nos rodea y en tantos caminos y parajes de esta benditas tierras y que al cabo de un tiempo placentero llegaron a cruzar de nuevo el río y a contemplar cómo a pesar de ser fin de semana o tal vez por ello el agua del río había sido invitada a algún tubo de los que la encaminan a despeñarse en algún salto de central eléctrica y que se miraron y se dijeron otra vez todo para los mismos y que después de un pequeño ascenso cruzaron una finca que ha albergado siempre el camino y que descubrieron que estaba cerrada y ya no salían a saludarles ni perros ni gallinas ni vacas y que se sorprendieron porque no tenían noticia de ello y todo indicaba que aquello estaba abandonado y que se sintieron tristes pues nunca habían conocido el paraje llamado Los Molinos de Pichón en aquel estado solitario y de tristeza y que alguno incluso suspiró como si estuviera contemplando tiempos pasados y que al cruzar de nuevo la carretera decidieron dar de lado a la pureza del Camino de Santiago en la subida a La Calzada y que se sirvieron de la sombra que les ofrecía la cara noroeste de una carretera local casi sin tránsito y que en menos de un cuarto de hora estaban ya en lo alto y al alcance del pueblo y que este los recibió con calles solitarias y una plaza entera para ellos y que decidieron recostarse en un rincón de sombra donde reponer fuerzas y llenar la andorga con generosas viandas y con vino y otros licores no menos reconfortantes y que mientras se regalaban con estos manjares aparecieron algunos vecinos que se acercaron amistosamente a saludarlos y a desearles buen paseo y buen día y que allí consideraron la soledad de los pueblos pero a la vez la tranquilidad y la libertad que regalan y que algún niño vino a confirmar sus pensamientos corriendo en patinete y en bicicleta sin que nadie le estorbase ni le molestase y que también ellos se apuntaban en estos tiempos de ciudades a las alabanzas de la aldea y que como hacían muchas veces hasta se perdían nostálgicamente en esa especie de arcadia feliz que ofrecen una buena realidad física acompañada y ambientada con unos buenos tragos de licor y una conversación libre y suelta sobre lo que a diario interesa menos en las ocupaciones y que ya hartos y habiendo menudeado los recipientes se decidieron a seguir camino de vuelta por la senda que sube en pendiente empinada desde el pueblo hasta los altos del Puente de la Media Legua y que en ella alguno recordó los pesares y cansancios de los habitantes que por ella iban y venían en otros tiempos a sus trabajos en las industrias textiles de Béjar y que desde lo alto volvieron la vista para divisar la plenitud de las llanuras ya algo secas del Valle del Sangusín y los cerros del Pico Cervero y de la Sierra de Francia y que desde el citado puente eligieron el Camino Real para volver hasta el Polígono Industrial de Béjar y que en él se recrearon de nuevo en las sombras a pesar de los calores del verano y que observaron los últimos esfuerzos del Regato Hontoria en su afán por mantenerse con agua y que soñaron con el paso por el puente medieval que allí se alza y se conserva renovado de tanta gente de todo tipo y que ya con el sol en todo lo alto y sudorosos dieron vista a la zona norte de Béjar con su cara un poco sucia pero fresca y altiva y que remataron subiendo por la Cuesta de los Perros y acomodándose en la Plaza Mayor al amparo de unas cervecitas frescas y contemplando otra vez la sede de los tres poderes de siempre en la iglesia el palacio y el ayuntamiento y que ya serenos y acompasados enfilaron la calle Mayor en la que habían colgado algunas a modo de sábanas para atrapar la sombra y que a los caminantes no les produjo un efecto muy positivo lo que veían y que se despidieron satisfechos y cansados a la serenidad de sus casas donde el primer caminante se propuso repetir estilo y contar el paseo con la letanía de una sola frase y encima sin verbo ni complementos del mismo y que al acabar la leyó y dijo vaya este sujeto es más largo que un día sin pan pero la letanía que desprendía su lectura le dejaba buen sabor de boca cada vez que echaba mano de él y que se dijo anda déjalo así que siga la letanía hasta que el tono se apacigüe y venga el sueño si quiere.

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