Aquel que una mañana a la hora del alba se levantó con la sana intención
de salir a las aventuras del camino y que con algo de sigilo para no molestar a
los que seguían durmiendo salió de la habitación y se aseó y que después de
desayunar solo lo necesario para que más tarde no sintiera el hartazgo a la
hora de reponer fuerzas al aire libre y que con los primeros rayos de sol se
echó a la calle y se plantó en la Corredera a la espera de sus amigos Manolo
Casadiego y Juan Heras con los que había acordado dar un largo paseo y que una
vez hechos los saludos de rigor se preguntaron que hacia dónde echaban sus
pasos y que a pesar de la cantidad de lugares y senderos que como siempre se
les ofrecían a los ojos se dejaron llevar por la cuesta que desde la calle
Colón los dejó a los pies del puente de la estación y que allí extendieron la
vista y divisaron toda la ladera norte que sombreaba todavía en un verde oscuro
y que parecía como si fuera la alfombra de la frescura y que al fondo se
dibujaba un horizonte claro pero sin brillo y que también allí los caminos se
bifurcaban y podían llevar a los caminantes hacia el río o hacia cualquiera de
las dos direcciones en las que la antigua vía del tren se ha convertido en un
agradable paseo de vía verde y que los pasos mandaron los cuerpos hacia lo más
inclinado por un camino que se estrecha y que corre paralelo a las antiguas
huertas hoy poco cultivadas y que a medida que bajaban y sus músculos se iban
calentando empezaban a pegar la hebra y arreglaban el mundo en aquellas cosas
mostrencas que están ahí para ser discutidas pero nunca arregladas por las
personas de a pie y que en dos patadas ya estaban a la altura de la llamada
Fábrica de don Paco y que en otros dos pasos más atravesaban el río a derecha e
izquierda por un par de puentes angostos y solitarios y que enseguida lo
dejaban para acercarse camino del paraje llamado El Rosal y que iban
contemplando el esplendor de esa zona de huertas por ser tal vez la más grande
en estos parajes de sierra y que el agua seguía rumoreando en los regatos y que
poco después volvieron al camino muy cerca del río y a hollar la senda del
conocido como Camino de la Umbría y que aunque es de Perogrullo decirlo porque
el nombre lo canta todo en sus sendas la sombra era la reina que animaba los
pasos y ocultaba el sudor y que desde él se podía admirar la grandeza del doble
puente que salva el desnivel del río en la autovía que se ha construido y que
durante algunos kilómetros todo era sendero y sombra y agua y rumor y estrechez
y flores y silencio y todo lo que la dadivosa naturaleza puede regalar y que
los caminantes o senderistas se sentían satisfechos y admiradores de todo lo
que veían y olían y oían y que se decían hay que ver cuántas veces hemos
alabado lo que nos rodea y en tantos caminos y parajes de esta benditas tierras
y que al cabo de un tiempo placentero llegaron a cruzar de nuevo el río y a
contemplar cómo a pesar de ser fin de semana o tal vez por ello el agua del río
había sido invitada a algún tubo de los que la encaminan a despeñarse en algún
salto de central eléctrica y que se miraron y se dijeron otra vez todo para los
mismos y que después de un pequeño ascenso cruzaron una finca que ha albergado
siempre el camino y que descubrieron que estaba cerrada y ya no salían a
saludarles ni perros ni gallinas ni vacas y que se sorprendieron porque no
tenían noticia de ello y todo indicaba que aquello estaba abandonado y que se
sintieron tristes pues nunca habían conocido el paraje llamado Los Molinos de
Pichón en aquel estado solitario y de tristeza y que alguno incluso suspiró
como si estuviera contemplando tiempos pasados y que al cruzar de nuevo la
carretera decidieron dar de lado a la pureza del Camino de Santiago en la
subida a La Calzada y que se sirvieron de la sombra que les ofrecía la cara
noroeste de una carretera local casi sin tránsito y que en menos de un cuarto
de hora estaban ya en lo alto y al alcance del pueblo y que este los recibió
con calles solitarias y una plaza entera para ellos y que decidieron recostarse
en un rincón de sombra donde reponer fuerzas y llenar la andorga con generosas
viandas y con vino y otros licores no menos reconfortantes y que mientras se
regalaban con estos manjares aparecieron algunos vecinos que se acercaron
amistosamente a saludarlos y a desearles buen paseo y buen día y que allí
consideraron la soledad de los pueblos pero a la vez la tranquilidad y la
libertad que regalan y que algún niño vino a confirmar sus pensamientos
corriendo en patinete y en bicicleta sin que nadie le estorbase ni le molestase
y que también ellos se apuntaban en estos tiempos de ciudades a las alabanzas
de la aldea y que como hacían muchas veces hasta se perdían nostálgicamente en
esa especie de arcadia feliz que ofrecen una buena realidad física acompañada y
ambientada con unos buenos tragos de licor y una conversación libre y suelta
sobre lo que a diario interesa menos en las ocupaciones y que ya hartos y
habiendo menudeado los recipientes se decidieron a seguir camino de vuelta por
la senda que sube en pendiente empinada desde el pueblo hasta los altos del
Puente de la Media Legua y que en ella alguno recordó los pesares y cansancios
de los habitantes que por ella iban y venían en otros tiempos a sus trabajos en
las industrias textiles de Béjar y que desde lo alto volvieron la vista para
divisar la plenitud de las llanuras ya algo secas del Valle del Sangusín y los
cerros del Pico Cervero y de la Sierra de Francia y que desde el citado puente eligieron
el Camino Real para volver hasta el Polígono Industrial de Béjar y que en él se
recrearon de nuevo en las sombras a pesar de los calores del verano y que
observaron los últimos esfuerzos del Regato Hontoria en su afán por mantenerse
con agua y que soñaron con el paso por el puente medieval que allí se alza y se
conserva renovado de tanta gente de todo tipo y que ya con el sol en todo lo
alto y sudorosos dieron vista a la zona norte de Béjar con su cara un poco
sucia pero fresca y altiva y que remataron subiendo por la Cuesta de los Perros
y acomodándose en la Plaza Mayor al amparo de unas cervecitas frescas y
contemplando otra vez la sede de los tres poderes de siempre en la iglesia el
palacio y el ayuntamiento y que ya serenos y acompasados enfilaron la calle
Mayor en la que habían colgado algunas a modo de sábanas para atrapar la sombra
y que a los caminantes no les produjo un efecto muy positivo lo que veían y que
se despidieron satisfechos y cansados a la serenidad de sus casas donde el
primer caminante se propuso repetir estilo y contar el paseo con la letanía de
una sola frase y encima sin verbo ni complementos del mismo y que al acabar la
leyó y dijo vaya este sujeto es más largo que un día sin pan pero la letanía
que desprendía su lectura le dejaba buen sabor de boca cada vez que echaba mano
de él y que se dijo anda déjalo así que siga la letanía hasta que el tono se
apacigüe y venga el sueño si quiere.
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