lunes, 24 de junio de 2019

CORPUS



Volví a girar visita a la procesión del Corpus en Béjar. Me interesan siempre en esta fiesta diversos planos: el religioso general, el de la fe, el de la leyenda, el sociológico, el del reconocimiento de fiesta internacional, el de la liturgia, el de la luz, el de la primavera… Todos juntos dan un cuadro multicolor muy aleccionador, interesante y creo que luminoso.
Me parece que, una vez más, el rechazo absoluto, igual que el entusiasmo sin reflexión, está fuera de lugar. Por eso sigue siendo fundamental saber jerarquizar los elementos y ordenarlos para darles cabida en su lugar exacto. Algunas consideraciones ordenadas:
Lo primero y fundamental es que se trata de una fiesta religiosa y como tal debería ser tratada, con independencia de que se le añadan otros condimentos posteriores. La consecuencia inmediata es la de que debería ser también una fiesta para creyentes en lo que allí se manifiesta. Todo lo demás, repito, solo tiene carácter de añadido y debería ser voluntario y no forzado. Tal es el caso de los distintos grupos que se quieran sumar a tal desfile. En todos debería primar el carácter religioso frente al acompañamiento civil. Por ello tal vez se entiende mejor la presencia de cualquier grupo religioso que civil.
Hay un añadido civil que representa a toda la colectividad. Es el Ayuntamiento. ¿Hasta qué punto tiene que sumarse como tal corporación a acontecimientos de tipo religioso? Es verdad que los creyentes que acuden son también vecinos de la comunidad, pero allí están en calidad de creyentes. Si se actúa por analogía, los ediles tendrían que acudir como tales, y no como ciudadanos individuales, a la manifestación del Primero de Mayo, por ejemplo. Y no lo hacen así. Ni es bueno que lo hagan. Y lo mismo sirve este ejemplo que otros cientos de la vida diaria que se pueden aducir. ¿Por qué, entonces, siguen acudiendo a esta procesión? A uno no se le ocurren otras razones que la de la tradición y la del poder y la influencia que conserva el poso religioso en la vida de la comunidad en nuestros días. Hay gente que opina que no debían acudir, incluso entre los que luego sí asisten, pero ¿quién le pone el cascabel al gato? Yo mismo, que tengo la idea clara de que no deberían acudir, me anego, para la práctica, en un mar de dudas.
En uno de los altares leí esta inscripción: “Reinaré en España”. Esto y el nacionalcatolicismo es la misma cosa. Y ya han pasado unos añitos desde que se abrió a la luz el negro túnel. Me entró gran desazón cuando leí esa frase. Mejor no sigo comentando.
Tengo la impresión de que, en los últimos años, nadie falta a la cita. Me refiero a las instituciones que tienen algún sesgo religioso. Parece claro que la presencia de unas concita la asistencia de las otras y que se retroalimentan. ¡Cualquiera falla a la cita! ¡Te pueden poner falta! Nada que objetar a tal hecho, si la asistencia es voluntaria y querida.
Se me siguen cayendo los palos del sombrajo cuando veo a los representantes de los cuerpos de seguridad en primera fila. ¿Pero de verdad que el dios de los amores necesita escoltas con pistolas y porras? ¿O es que lo hemos convertido en el dios de los temores? De nuevo el nacional catolicismo. ¿Pero nadie ve que, si se tratara del dios de los temores, lo que están haciendo es animándonos a luchar contra él para al menos defendernos? Fuera de ahí. Por Dios, por el Dios del amor. Que se vayan con sus pistolas al cuartel o a las lagunas, que queremos ser gente de paz.
Muy animoso el ambiente multicolor de gentes, calles cestillos y altares. La luz de comienzos del verano y la temperatura pusieron el contexto transparente para que la liturgia casi embriagara al que quisiera sentirla, olerla y disfrutarla. Al fin y al cabo, el Corpus no es otra cosa que una fiesta barroca en la que el exceso y la sobreabundancia son consustanciales. Es una fiesta de culminación de primavera con elementos religiosos de la mano, es la plenitud de la luz en el solsticio de verano reconvertida a lo sagrado y católico.
Supongo que el reconocimiento de tal fiesta como fiesta de categoría internacional habrá atraído a más gente a la ciudad y con ella más gastos y beneficios a la hostelería. Miel sobre hojuelas. Pero pongamos de nuevo las cosas en su sitio. Esta fiesta tiene carácter religioso y todo lo demás tiene que ser un añadido no una viga que sostenga ningún teatro.
Y la pregunta del millón: los hombres de musgo y la rendición de banderas. No engañemos a nadie, por favor, ni nos engañemos a nosotros mismos con la falsísima leyenda de tales salvajes vestidos con elementos vegetales. ¿Quién se los puede siquiera imaginar así vestidos y caminando ladera abajo para después asaltar murallas? Un poco de respeto al sentido común, por favor. La leyenda es hermosa, pero nada más.
Por último, la rendición de banderas. Alguna vez habrá que poner pie en pared y decir hasta aquí hemos llegado. Nada que decir a las banderas de condición religiosa. ¿Pero que el poder civil, representado en la bandera, que acoge a todos, se rinda ante el poder religioso, que siempre representa solo a una parte? Eso tiene nombres que asustan y que nos llevan a tiempos muy lejanos y tenebrosos.
En fin, que todo fue fiesta por las calles, entre inciensos y luces y canciones. La liturgia lució con voz barroca y todo fue una mezcla muy extraña con sabores diversos y sensaciones de todos los colores. Ahora aguarda el verano en sus calores. Vamos a ello. Después llegará la segunda parte de esta representación tan ilustrativa para el que quiera y sepa leer en el monte Castañar.

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