Después de las largas campañas en
las que hemos estado todos inmersos, llegaron los días de depositar las
papeletas, palomas mensajeras de las voluntades concretas de los ciudadanos. A
partir de ese momento, comenzaron los dimes y diretes, las llamadas a
escondidas, las negociaciones al sol o a la sombra; y todo terminará el próximo
sábado cuando, de nuevo, los que hayan obtenido acta de concejal o de diputados
depositen sus votos en las urnas. Entonces podremos poner cara a los nuevos
alcaldes y presidentes de comunidades autónomas.
Andamos ahora en la vorágine de
los pactos, del tú me das para que yo te dé, del era aquello pera ahora tiene
que ser esto. Creo que sería bueno que tuviéramos el proceso claro para no
perdernos en impulsos y malas palabras. Porque el momento de los pactos no es
más que un nuevo eslabón de la cadena. Este es mi esquema:
Los medios de comunicación gastan
casi todos sus esfuerzos desde el primer día del período electoral en el morbo
de preguntar a todos los contendientes con quién van a pactar. Estos escurren
el bulto como pueden y no responden casi nunca con claridad. Me parece que una
buena respuesta sería esta: “No voy a pactar con nadie porque salgo con el
deseo de recibir incluso los votos de los demás aspirantes”. Esa manía
persecutoria de los medios por dar por resueltos los resultados antes de que se
produzcan no obedece más que una intención de hacer conjeturas y de atizar el
morbo antes de la hora de las urnas.
Una vez que los ciudadanos se han
manifestado, es el momento de recontar y de parcelar la realidad; ha llegado la
hora de las conversaciones, de las miradas altas y de los pactos. Porque a una comunidad hay que hacerla gobernable: los
ciudadanos están por encima de los caprichos personales.
En un sistema democrático la
votación final la gana quien consigue mayor número de papeletas de los
representantes, no quien ha ganado numéricamente las elecciones. Para eso están
los pactos.
Parece lógico que quien haya
obtenido mejor resultado numérico intente en primer lugar esa mayoría
necesaria.
No es nada antidemocrático que
los demás exploren sus afinidades e intenten también esa mayoría.
A la hora de las conversaciones
para los pactos es cuando tienen que entrar en juego las ideologías y no
traicionar los principios (siempre en el caso de que se tengan, claro) que han
sustentado el programa con el que cada formación ha concurrido a las
elecciones. Se supone que un candidato está ahí porque entiende la prosperidad
de una comunidad desde unos principios determinados, no desde ningún contrato
redactado en un rato de inspiración, que puede ser cambiado en su raíz en
cualquier momento (ya saben: “Estos son mis principios, pero, si no les gustan,
tengo otros”).
No se puede conseguir el poder a
cualquier precio: una conciencia sensible no permitiría que el trato durara
mucho.
Por todo ello, los pactos han de
hacerse con base en unos principios mínimos pero claros y con los grupos
afines, con aquellos que tengan una concepción de ciudad y de vida parecidas.
La generosidad es siempre mejor
que el egoísmo y la rigidez, la serenidad mejor que la exaltación, y la
reflexión mejor que el impulso instintivo.
Como la historia es la memoria de
las cosas, cada uno tiene sobre sus espaldas un pasado, y, sobre todo en
lugares en los que nos conocemos casi todos, cada cual tiene que saber qué
comportamientos personales ha tenido y qué trato ha dispensado a los demás en
la esfera pública. Como escribo esto en Béjar (aunque la reflexión aspira a
servir para cualquier lugar y caso), no hace falta que sea más explícito para
saber dónde está la diana. No resulta fácil pedir pan a quien antes le has
tirado piedras. Porque las ideologías son creadas por las personas y están al
servicio de las personas que las piensan y construyen.
El final se mide en democracia en
forma de votos en las urnas. Y así se hará el próximo sábado. De los
resultados, si no son fruto del rencor sino del pensamiento sereno y de la
buena voluntad, dependerá la distribución y el desarrollo de la legislatura.
Sea cual sea, todos deberían pensar que pueden aportar ideas e iniciativas para
el mejor desarrollo de la ciudad, en el gobierno y en la oposición; siempre que
el gobierno no se interprete como una victoria contra derrotados a los que se
pida que no molesten y dejen en paz a los vencedores. Se me entiende, ¿verdad?
Al lado de estas reflexiones se sitúan los
deseos personales. Yo tengo los míos, por supuesto. Pero estos son deseos… Y es
tan fácil caer en el error de confundir unas con otros…
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