viernes, 21 de junio de 2019

LAMERSE LAS HERIDAS



Vuelvo a dar la tabarra con la poesía joven y la falta de atracción que en mí produce. Hoy me suelto un poquito la melena (ando ya casi calvo) y me lamo un poquito las heridas; que ya peina uno canas y no debe callar lo que piensa, por más que las reacciones y el falso pudor me repriman bastante. Veréis.
Hace menos de un mes publiqué un libro de poemas que recogía el trabajo poético constante de al menos trece años. El libro quedó gordote y bien relleno (unos novecientos poemas) y (ahora empieza el desmelenamiento) está dispuesto a librar justa poética con cualquier otro que se le quiera enfrentar. Por supuesto, entre gente que lo haya leído y que controle los palotes de este mundo de la creación poética.
La edición salió adelante gracias al esfuerzo de algún amigo editor que puso empeño en ello y de algún otro que se ocupó de darle las últimas vueltas formales. Hasta ahí tal vez el camino es paralelo y común al de tantos otros.
Alguno de mis amigos de la junta directiva del CEB se ocupó de hacer publicidad en todos los medios locales para la presentación del mismo. Y se celebró la presentación. Creo que resultó muy digna: no solo es mi opinión, sino también en la de los que a ella asistieron.
¿Quiénes fueron los que asistieron? Pues un grupo de allegados y otro, bastante reducido, de atraídos tal vez por una actividad cultural en esta ciudad estrecha. Sobre la idea de cuáles son las razones que nos tienen que empujar a un acto cultural, ya me he pronunciado en varias ocasiones, y a ellas me remito. Sea como sea, es una buena muestra del nivel cultural que exhibimos por aquí. Pero es que, también para este juicio, hay distintos niveles de exigencia. Ni un solo miembro de los representantes de la cultura del ayuntamiento (hasta ahora pensaba que existía una concejalía de cultura), ni un representante de las formaciones políticas que supongo que creen en la cultura como elemento liberador (pienso en la izquierda). Se me vienen a la boca los nombres y apellidos de gentes que solo aparecen si se trata de ellos mismos o de algún vecino o amigo. Se me salen de la boca sus nombres, pero los dejo caer al suelo por pudor. ¡Si es que no se trata de nombres, se trata de actividades culturales que quieren espabilar la modorra y despertar la sensibilidad entre la gente!
Los libros se publican para ser leídos, claro. Supongo que me creen si les digo que a mí me gusta que se lea lo que escribo, la vanidad me visita con frecuencia, pero, a estas alturas, sé que todo es efímero y comulgo con aquello de vanitas vanitatum et omnia vanitas, y no tengo otros deseos, pues llego a fin de mes y vivo con lo puesto sin necesidades especiales de ningún tipo. En la ciudad estrecha existen organismos oficiales que deberían apoyar a los vecinos que se mueven en el mundo de la cultura. Ya les he dicho lo de la presentación. Pues algo así sucede con la compra de los libros. Existe una biblioteca municipal. ¿Cuál es el criterio para comprar libros para que la gente los tenga a su disposición? Espero que me justifiquen el rechazo a la compra de este del que les hablo. Como alguien me podría contar la causa por la que algún cartel anunciador de la presentación apenas duró algún día en las paredes del Convento de san Francisco. Y este es solo un ejemplo: existen más centros educativos y culturales, y la consideración se podría alargar.
En fin, ya veis, amigos. Sigo reivindicando una lectura correcta de lo que digo. Que no, que no es asunto personal, que yo ya soy mayor para andar en minucias personales, que se trata de una escala de valores rácana y mísera que parece que abunda en la ciudad estrecha. Lo que digo de este libro lo podía aplicar a otros varios escritos por gente de aquí, pero prefiero cargar con todo el peso de la culpa y de las posibles reacciones y malos entendidos de lo que digo poniendo el ejemplo de este mío.

Casi al mismo tiempo leo en un periódico que la joven poeta Elvira Sastre está organizando un posible concierto para el otoño en el Wizink Center con Andrés Suárez. Y esperan llenar el inmenso recinto.
Como muestra, acompaño unos versos de su libro Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo. Dicen así:
Cada día,
todos
los
días,
todos los besos,
todo tu cuerpo,
todo tu pelo,
cada
día,
todos los días.
Me quedé dentro de ti
mientras me marchaba.
Venga, a ver quién me justifica esta división de versos o su medida. Por decir algo. Y tal vez llenen el recinto madrileño. Ah, y Elvira Sastre no me parece de las peores.
Perdón por lo que se puede interpretar como un simple desahogo y una queja de mal perdedor. Me parece que sería una mala lectura y que el asunto tiene mayor alcance. Yo hoy reconozco que no entiendo nada y que me retiro a lamerme las heridas.

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