Cada persona tiene su verdad, su
forma de interpretar el mundo y parece que todo lo ordena según el esquema que
de esa visión se deriva. Las preguntas se desploman es cascada: ¿Existe un
referente como verdad única y singular? ¿De qué manera tenemos que defender
nuestras verdades, si estas son muchas? ¿Cuál es la manera menos mala de
respetar las verdades de los demás? Cualquier mínimo análisis de nuestra
realidad más próxima nos confirmará la existencia de estas y de otras muchas
preguntas.
Pienso ahora en las
conversaciones políticas de estos días apurando los pactos para el gobierno de
pueblos, ciudades y comunidades. Cada cual defenderá su verdad (¿o sus
derechos, o sus privilegios, o sus beneficios económicos?) y tendrá la
tentación de pensar que las verdades de los demás no son tan verdaderas y que
no pueden ser tenidas en consideración con la misma fuerza. A las declaraciones
de los representantes políticos me remito; en ellas veo casi siempre respuestas
que miran solo por el ojo de su visión, sin darse cuenta de que tienen que
dialogar con otros representantes, que, a su vez, tienen otras verdades. En tal
contexto, los análisis se degradan, cuando no desaparecen, y ambas partes,
junto con los que oyen o ven los aparentes argumentos, se quedan a buenas
noches.
La realidad no es solo nuestra
realidad (o nuestra visión de la realidad, que viene a ser lo mismo porque es con
la que tenemos que actuar), y mucho menos son solo nuestros deseos; es algo
mucho más amplio y variado. Me parece que no hacemos honor al buen razonamiento
cuando igualamos nuestro deseo con el todo. Al revés, cuando tal cosa sucede,
nos quedamos sin contraste y solo nos queda el nivel de la pasión y del deseo.
De ahí proceden los rechazos absolutos y la constante falta de entendimiento,
los malos entendidos y toda suerte de situaciones desagradables.
Alguien podría pensar que se está
abogando por la defensa débil de
nuestras convicciones y pensamientos, en una concepción postmoderna al uso. En
absoluto. Se trata, repito, de no confundir nuestra visión de la realidad y
nuestros deseos con la realidad total, pues hay otras maneras de interpretar la
vida. Es del contraste y de la comparación, no del rechazo sin análisis, de donde
tiene que partir el desarrollo de la convivencia en sus grados mínimos para
soportarnos y subsistir dignamente. Y todo ello hecho desde la igualdad de
oportunidades, pues -ya se ha dicho muchas veces-, si partimos en desigualdad
de condiciones, todo lo demás es mentira.
Me parece que esto sirve para lo
que se cuece estos días de manera más visible, pero también, y sobre todo, para
cada momento de convivencia en nuestro quehacer diario, ese menos llamativo que
nos conforma y nos moldea a todos nosotros. Me parece.
N.B. No creo que este sea el
mejor medio para comunicarlo, pero, como varios me han preguntado por los
lugares en que se puede comprar mi libro Al paso de los días, responderé un
par de veces aquí. Está disponible en Salamanca,
librería Víctor Jara. Y en Béjar, librería Malú.
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