CUANDO QUERÁIS REZAR
Rezaba la oración del evangelio
que aprendió a musitar cuando era
niño.
Qué bien sonaba aquel comienzo:
“Padre”,
y cómo se enturbiaba el
desarrollo:
“Perdona nuestras deudas cual
nosotros
perdonamos las de los enemigos”.
Su mente se turbaba: “Yo no
quiero
tener necesidad de perdonarlos,
pues solamente aspiro a ser su
amigo.
Y si un dios no ha de ser más generoso
que un frágil e indeciso ser
humano…”
Al llegar al final bajaba el
tono;
de nuevo se turbaba y (más)turbaba
con la expresión extraña “No nos
dejes
caer en tentación”. Y se decía:
“¿Qué tentación es esa? Por si
acaso
es la que yo sospecho, no te
cortes
y mándamela pronto y que yo caiga
con todos mis deseos en sus
brazos,
hasta olvidarme en ella de mi
olvido”.
Después, devotamente,
hacía un breve amago
de señal de la cruz
y salía del templo hacia la calle
repitiendo en voz baja su
oración.
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