Hace algunos días asistí a la proyección de la película del
director Alejandro Amenábar, Mientras
dure la guerra. En ella se refleja la actitud y la actividad de Unamuno en
los primeros días de la infausta guerra incivil española de 1936.
Unamuno y la guerra civil, vaya un cóctel. Imposible no
asistir a verla. El director me parece que conoce muy bien el oficio y que ya
ha dirigido películas muy notables: El ágora,
Mar adentro… Y ahora Mientras dure la
guerra. No es mi cometido comentar las cualidades técnicas y artísticas de
la película, entre otras cosas porque no estoy bien preparado para ello, aunque
hay escenas que me gustan mucho y otras no tanto. Tampoco tengo interés en
asentir o disentir acerca de la veracidad o falsedad de algunos de los datos
que en ella aparecen. Me interesa, por encima de todo, la figura de Unamuno. Y
en la película aparece solo una visión parcial del filósofo.
Siempre he defendido que existen muchos Unamunos (debería
escribirlo con minúscula) y que tal vez sea el escritor y el intelectual
español más diverso y plural del siglo veinte en España. Unamuno fue de todo y
no fue de nada. La razón es muy sencilla: todo y nada son de Unamuno y no al
revés: Unamuno del todo y de la nada. Sus bandazos ideológicos y religiosos son
espectaculares y hasta volcánicos; tan pronto te lo encuentras en el socialismo
más radical como en las posiciones más melifluas y espiritualistas que se
pueden imaginar. Sus enfrentamientos con Alfonso XIII y con Primo de Rivera
fueron a cara de perro y casi de serie televisiva; su apoyo a la República, así
como el rechazo a sus excesos fue también radical; es verdad que ello le llevó
a celebrar el alzamiento, como forma de reparar desmanes y restaurar el orden,
pero es tan cierto como la repugnancia que le produjo todo lo que enseguida vio
que se venía encima con el levantamiento militar.
Creo que en un momento de la película, el propio guionista,
en un acierto extraordinario, le hace pronunciar una frase como esta: Yo no soy
ni de un lado no de otro, ni republicano ni nacional… soy unamuniano. Las palabras no son literales, porque no las recuerdo,
pero las últimas sí; y son las fundamentales.
¿Es eso egolatría, es exhibicionismo, es coherencia personal,
es chulería, es deseo de eternidad, es angustia, es…? ¿Qué es realmente esa
condición y esa postura en la vida? En este aparente vaivén de ideas y de
posturas radica el principal activo y atractivo de don Miguel de Unamuno.
Yo he sido un lector asiduo de las obras del rector de Salamanca.
Siempre me han producido un sabor agridulce: en una página me parece sublime y
en la siguiente me quedo con ganas de darle un cachete. En un momento semeja
ser un grito de la conciencia universal y al poco rato un simple monaguillo
mirando al altar; me resulta tanto gigante como enano, tan excelso como a ras
de calle.
¡Cómo no me voy a emocionar con alguien así! ¡Tan entusiasta
siempre, tan agónico y a la vez al borde de tirar la toalla en su sentimiento
trágico de la vida!
Mientras dure la guerra… Pero si Unamuno andaba siempre en
guerra. Con los demás, pero, sobre todo, con su conciencia y con sus deseos de
someter el mundo y hasta la eternidad a su pensamiento y a su sentimiento…
Que cada cual busque su apellido y lo adjetive. Y a vivir, y
a sentir, y a actuar, y a ser uno mismo.
1 comentario:
Creo que es lo que intentaba.
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