UNA SALIDA DEL CONFINAMIENTO
Los pueblos mediterráneos viven en la luz, encalan sus paredes para que
el calor no los acobarde y forman colonias blancas desperdigadas por los
territorios. En cuanto pueden, salen a la calle, necesitan juntarse y
compartir, sentir que los demás están al lado, tocarse y charlar, desgastar el
abecedario con su imaginación… Su campo de acción diaria es más amplio porque
esa luz invita a su gozo. Buena envidia les dan a los pueblos del norte, que,
en cuanto pueden, se vienen a tostar y a sentirse como en un paraíso compartido
en nuestras ciudades, en nuestros pueblos y en nuestras playas.
Los españoles nos hemos convertido en los últimos años en un rebaño
viajero, que parece que todo lo fía a viajar y a visitar con prisas cualquier
lugar del mundo; muchas veces, sin conocer siquiera los hermosos lugares
próximos a nosotros mismos, que poco o nada tienen que envidiar a esos más
alejados por los que tanto suspiramos.
Pero este preámbulo se me ha hecho largo, porque yo quería dejar hoy
constancia de otro hecho, que puede entorpecer o ayudar este obligado y ya muy largo
tiempo de confinamiento.
Cuando uno viaja, física o mentalmente (no solo se viaja en avión,
autobús, coche…; también se puede hacer con la imaginación, con la lectura…),
es como si uno descargara la conciencia de sí mismo. Las imágenes, los lugares,
los horarios, las sensaciones…, todo es diferente y nuevo. Nos configuramos en
un ambiente distinto y, en buena manera, nos hacemos también distintos nosotros
mismos, pues los parámetros nos cambian.
En el momento en el que volvemos a la rutina, los espacios y los tiempos
se vuelven a acompasar y cargamos de nuevo con la conciencia de nosotros mismos, con todo su peso y con todas sus variables. Volvemos a ser los de antes.
Vivimos obligados durante ya varias semanas a permanecer en un espacio
reducido, pero con un ritmo distinto al de siempre. El tiempo se ha parado, o
se ha configurado de otra manera.
¿No será esta una buena oportunidad de cargar con el peso de la
conciencia de cada uno y de volvernos hacia adentro, en busca de aquel otro que
siempre va con nosotros y al que no siempre atendemos como se merece? Seguramente
no hay mejor paisaje que el que nosotros guardamos en nuestro interior. Ninguna
conversación es mejor que la que establecemos con nuestro otro yo. Ninguna
aventura más gozosa que la de entrañarnos en nuestro pasado, para hacer
recuento, para comparar, para resetear, para indagar nuevos caminos…, para
asegurarnos de que no hay nada ni nadie mejor ni peor que nosotros mismos.
Hoy, desde este espacio reducido y obligado del confinamiento en casa,
brindo por un viaje interior al centro de cada uno de nosotros. Que cada uno
haga el suyo. Seguro que será provechoso, tan largo como quiera y tan intenso como
le dé la gana. A ello.
Día 37 de confinamiento. Ánimo.
1 comentario:
Justamente tenemos tiempo para meditar.
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