APOTEGMA
¿Nihil volitum quin
praecognitum? Nada se puede querer si no es conocido.
Se trata de un apotegma muy antiguo, pero de alcance tal vez universal en el
tiempo y en el espacio. ¿Será cierta tal afirmación? El orden aquí y ahora
parece que resulta fundamental. Lo mismo que sucede con la tríada pensar-sentir-querer.
Si
exige primacía el conocimiento antes de darle paso al acto de la voluntad y del
amor (querer), nos estamos situando
en una postura intelectual; si, por el contrario, damos paso primero al deseo y
a la voluntad, nos adentramos en una postura más vitalista: Nada puede ser conocido si no es querido, nihil cognitum quin praevolitum.
Y querer es un acto de la voluntad, es un deseo de encontrar algo que se busca,
algo en lo que se cree por el motivo que sea. Querer significa buscar, indagar,
preguntarse. Por eso las cuestiones, que son preguntas. Y las preguntas son
anticipo de las respuestas, porque solo tienen sentido buscando respuestas que
satisfagan a la voluntad.
¿Aplicamos
la ecuación al amor? Vamos. ¿Primero tenemos que conocer y luego querer y amar?
¿Primero el enamoramiento, desde el deseo y la intuición, y luego el
conocimiento? ¿Cómo se produce el proceso en el día a día? Ardua la tarea de
concretar la respuesta.
Pues
así para todo lo demás.
Si
el conocimiento resulta más racional, corremos el peligro de matar el dinamismo
del deseo. Si damos prevalencia a la voluntad, corremos el riesgo de convertir
el proceso en algo irracional y de matar a la ciencia.
Para
un rato de atención durante el fin de semana, tal vez baste. Las espadas están
en todo lo alto. Entrar a matar es acto de suerte suprema y conforma nuestra
manera de caminar por la vida.
Si
descendemos a la práctica, tal vez tengamos, como siempre, que comportarnos con
esa mezcla de condimentos complementarios. ¿Cuánto de uno y cuánto del otro? Si
yo lo supiera…
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