POETA Y FILÓSOFO / FILÓSOFO Y POETA
Después
de citar a Platón (desde el Timeo y
el Critias), dice Unamuno: El poeta, he dicho, o sea el creador, no el
filósofo, no el amante de la sabiduría. Aunque ¿es posible crear no amando la
sabiduría -la sabiduría y no la ciencia- y posible amar la sabiduría no
creando? Poeta y filósofo es lo mismo. Sabio es ya otra cosa; es algo que, en
su acepción corriente, poco o nada tiene que ver con la sabiduría. Todo gran
filósofo es un poeta y todo gran poeta es un filósofo. La Lógica de Hegel, y la
Ética de Spinoza son dos de los más grandes poemas que han sido escritos”.
El
poeta y el filósofo, el filósofo y el poeta, el sabio en su sentido original y
en su acepción más común… Palabras que aspiran a reflejar conceptos, pero que
se quedan en el intento y mueren en él. O viven, porque el camino es la vida,
el intento es la prueba de que se está en ello.
Me
quedo hoy con las dos primeras: el poeta y el filósofo. Si nadie sabe realmente
definir la poesía, ¿cómo se puede enredar uno en las comparaciones con
filósofos, y de estos con los primeros? Pues, sin embargo, coincido con
Unamuno.
No
se sabrá definir la poesía, pero se siente y se saborea la poesía que
consideramos buena frente a aquella que no merece nuestros respetos porque no
nos hace sentir, porque acaso no nos emociona.
Las
palabras reflejan tibiamente la realidad muerta de los conceptos; por eso se
alzan sobre ellos y frente a ellos, para crear un mundo diferente y más
intenso, un mundo de vida y de emoción. Pero no para huir de los conceptos,
sino para cargarlos de vida, para hacerlos sentimiento y para librarlos de las
cadenas de los silogismos. Por su parte, el filósofo indaga y se hace
inquisitivo en persecución de la verdad, y se siente a gusto en esa búsqueda,
es filos, siente filia por la sabiduría; ama el camino y la meta le interesa en
tanto que crea un mundo también más vital y más alto, más puro y más eterno,
menos mostrenco y pasajero, menos grueso y más sutil. Y, en ese camino, es
donde se encuentran ambos, filósofo y poeta, poeta y filósofo.
Quiero
decir el poeta que aspira a una verdad más clara y tal vez más sencilla, más
pura y duradera; no el que se complace en la reproducción de bares y de
ambientes urbanos pasajeros, de amores instantáneos y aparentes y de éxitos
fugaces. ¡Y hay tanto de eso…!
Muchas
veces se advierte del peligro que encierra la poesía que deja al descubierto
las ideas. Reniego de esta crítica y aspiro a hacer y a leer poesía que renueve
el concepto y lo levante, que lo revitalice, pero que no lo olvide o, peor, que
no sepa que existe.
En
otro ángulo se analiza la poesía que hace de la naturaleza su medio y su fin,
como reflejo y floritura de lo que ya existe. Aunque los casos personales no
importan demasiado, tengo un amigo que me acusa
de darles demasiado espacio e importancia a los elementos de la naturaleza. Es
asunto largo de contar. Por supuesto que le concedo mucho espacio a los
elementos naturales; ellos me acompañan y me acogen, me enseñan y me miden, me
encaminan a lo esencial y me apartan del tráfago diario y de las apariencias. ¿Quién,
además, puede negar el valor autónomo y esencial de la naturaleza? Pero siempre
los trato en relación conmigo, y, al hacerlo conmigo, es como si lo hiciera con
el ser humano en general. He dicho muchas veces que me interesa la naturaleza con bicho. Ese bicho, por supuesto, soy
yo; y es cualquier ser humano que se vea reflejado en mí y en la naturaleza. Yo
quiero acompañar a la naturaleza para esencializarme y sentir con ella, y para
que ella se humanice conmigo.
Y,
en la vuelta a la relación y hermanamiento entre el poeta y el filósofo, que se
den la mano y se abracen, pues ambos aspiran a una realidad más clara y más
intensa, alzando el concepto hasta la vitalidad y domeñando la imaginación con
las bridas del concepto. De ese modo, se encontrarán, tal vez en la misma
persona, en el reino de la sabiduría, tomada esta en su significado original,
aquella que han practicado los pocos
sabios que en el mundo han sido.
Y luego ya, si eso, nos echamos unas risas y nos dejamos ver por la pasarela de la banalidad.
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