martes, 29 de septiembre de 2020

QUIEN SIEMBRA VIENTOS...

 

 

QUIEN SIEMBRA VIENTOS…

Si es que no aprendemos ni dándonos de bruces cada día y tropezando en la misma piedra. Nos asustamos cuando truena y cuando el relámpago ronda nuestras ventanas, pero, en cuanto escampa la tormenta, volvemos a la modorra de la comodidad y hasta del egoísmo. ¿Por qué nos escandalizamos ahora tanto -con razón- del desencuentro que se produce entre nuestros representantes públicos? Qué mala memoria la nuestra. Pero si algo así lo hemos estado aplaudiendo toda la vida, o, al menos, hemos asistido al circo que de ello han montado los medios de comunicación. Todavía hoy siguen explicando ese guirigay barriobajero como algo que sirve para arañar votos. Me gustaría que no tuvieran ni una pizca de razón, pues, si se diera la casualidad de que estuvieran en lo cierto, las conclusiones serían entonces muchos más desesperanzadoras, pues tendríamos que concluir que vivimos en na comunidad de ciudadanos en la que la conciencia crítica brilla por su ausencia y cada uno de sus componentes no supera la calificación de unidad de rebaño.

Ejemplos de ahora mismo y de casi siempre: intervenciones en las cámaras legislativas (congreso y senado), rifirrafe entre administraciones, desobediencias públicas a las sentencias que son jaleadas con manifestaciones, acusaciones en medios de comunicación, tertulias, plenos y comisiones de diputaciones y ayuntamientos…

Pero, ¿en qué se diferencian de lo que sucede en otros ámbitos no políticos? Apuntamos: aficiones deportivas, tertulias televisivas y radiofónicas, redes sociales en general (con toda la bazofia de los anónimos y entregados a la causa del insulto), defensas judiciales insostenibles, conversaciones cruzadas en las que casi nadie escucha…

El intercambio de ideas y la disputa entre personas para desarrollarlas y tratar de convencer al otro es connatural al ser humano. Por eso, entre otras cosas, somos humanos y no brutos. Pero habrá que hacerlo con serenidad, sin apabullar, con el ánimo puesto en el bien común y no en la victoria sobre el contrario, con la certeza de que la verdad absoluta no la posee nadie, porque ni siquiera existe, dando la razón al otro si creemos que la tiene sin que por ello nos sintamos desautorizados por los nuestros, arrimando el hombro más que poniendo palos en las ruedas. Las disputas solo deberían poderse sustentar en las distintas visiones que acerca de la vida se poseen, pero no por quedar victoriosos de no se sabe qué ni por conseguir para tal o cual partido político o para uno mismo ninguna victoria. Y menos a costa del perjuicio para la comunidad.

Parece de sentido común exigir un nivel de actuación más afinado a los representantes públicos. No parece que nos ofrezcan siempre el mejor ejemplo. Y ahora, en las circunstancias presentes, acaso sea algo peor. Pero la reflexión debería alcanzarnos a todos, sobre todo en tiempos de mayor dificultad. A ellos tenemos que exigirles algo más de cordura y de altura de miras. A nosotros tendríamos que pedirnos al menos nivelar el grado de exigencias con el de aportaciones. Si no, vamos a terminar asintiendo al desalentador dicho de que tenemos los gobernantes que nos merecemos. Y no están los tiempos para estos lujos.

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