PARA UNA SOBREMESA
He
pasado un largo rato con unos compañeros, repartiendo trabajos para revisarlos,
antes de que formen cuerpo y realidad en una revista de estudios. Tras el
reparto, y en sana charla, hemos revivido tiempos pasados, comunes en los
estudios juveniles. El tiempo pasado siempre fue mejor, asegura el dicho. Tal vez.
Es acaso más cierto afirmar que cualquier tiempo pasado fue y es… pasado.
Algunos minutos los hemos dedicado a considerar el trabajo de los funcionarios
públicos. Opiniones diversas.
El
trabajo, esa obligación diaria de tantas personas, que responde a muy distintas
necesidades y concepciones. Y, en los tiempos presentes, deseo de demasiadas
personas, que aspiran a conseguirlo y se quedan en el camino y a la espera de
que la tormenta escampe y el horizonte se muestre algo más claro. De vez en
cuando me he manifestado, como trabajador y como funcionario público, acerca de
lo que considero como un privilegio y una actividad que se puede desarrollar de
muchas maneras.
A
la vuelta a casa, he reabierto las páginas de El sentimiento trágico de la vida, de Unamuno (ya en sus últimas
consideraciones), y me doy de bruces con sus opiniones acerca del trabajo. Le
doy la palabra:
“Y lo que se dice de
patronos y obreros se dice mejor de cuantos a profesiones liberales se dedican
y de los funcionarios públicos. Apenas si hay servidor del Estado que sienta la
religiosidad de su menester oficial y público (…)
Son muchos los que,
considerando el trabajo como un castigo, por aquello de “comerás el pan con el
sudor de tu frente”, no estiman el trabajo del oficio civil sino bajo su
aspecto económico político y a lo sumo bajo su aspecto estético. Para estos
tales -entre los que se encuentran principalmente los jesuitas- hay dos
negocios: el negocio inferior y pasajero de ganarnos la vida, de ganar el pan
para nosotros y para nuestros hijos de una manera honrada –y sabido es la
elasticidad de la honradez-, y el gran negocio de nuestra salvación, de
ganarnos la gloria eterna. Aquel trabajo inferior o mundano no es menester
llevarlo sino en cuanto, sin engaños ni grave detrimento de nuestros prójimos,
nos permita vivir decorosamente a la medida de nuestro rango social, pero de
modo que nos vague el mayor tiempo posible para atender al otro gran negocio. Y
hay quienes, elevándose un poco sobre esa concepción, más que ética, económica,
del trabajo, de nuestro oficio civil, llegan hasta una concepción y un
sentimiento estéticos de él, que se cifran en adquirir lustre y renombre en
nuestro oficio, y hasta en hacer de él arte por el arte mismo, por la belleza. Pero
hay que elevarse aún más, a un sentimiento ético de nuestro oficio civil que
deriva y desciende de nuestro sentimiento religioso, de nuestra hambre de
eternización”.
Unamuno
fue funcionario público. ¿En qué grado desarrollaría su trabajo? Creo que, en
la conversación de esta tarde, deberíamos haber tenido en cuenta estas
consideraciones. Como siempre, para compartirlas o para rebatirlas.
¿Nos
imaginamos esto en un convenio colectivo? ¿Qué dirían de ello los que aspiran a
un trabajo, siquiera sea precario, y no encuentran ni esa débil solución? Al
rincón de pensar.
1 comentario:
Antonio, la profundidad y filosofía de Unamuno hoy no sería entendida por sus propios congéneres y menos todavía por sus alumnos. Triste realidad.
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