Una de las aportaciones más interesantes de nuestra cultura literaria, litúrgica, teológica, filosófica, social y hasta en parte histórica es la de la mística. Es fenómeno el de la mística que brota en todas las culturas y en todas las épocas. Cada espacio y tiempo exigen su explicación. En España, los SS XVI y XVII seguramente marcan la cima en su expresión, sobre todo literaria y teórica. Santa Teresa y San Juan son los autores más conocidos. Pero acaso sea Miguel de Molinos la cumbre en su formulación. Su obra “Guía espiritual” es referente casi inigualable para el entrañamiento en lo que pueda significar esta teoría y esta práctica.
Viernes por la tarde. Estoy solo en casa, en mi habitación de trabajo y de lectura de invierno. Mi sillón es confortable. La temperatura me acaricia y me conduce al olvido de mí mismo. Del exterior se cuela por la ventana un haz de rayos de sol tenues pero luminosos. Cae la tarde. De los altavoces acoplados a mi ordenador sale una música que he programado y que me sirve de fondo para que el silencio sea sonoro y a la vez me regale en eco los oídos.
Sí, estoy leyendo la “Guía espiritual” de Miguel de Molinos. El autor va desgranando indicaciones para un mejor ahondamiento en la meditación y sobre todo para dar a entender -según él, por supuesto- la superioridad de la contemplación y del silencio frente a la meditación. No sé cuánto tiempo llevo en la lectura pero es bastante: el reloj me ha dejado de importar. Hoy no expreso mis sensaciones de lector interesado -acaso otro día-, solo describo. Ando engolfado en párrafos como estos:
Advertencia II. 10: “Cuando ya el alma conoce la verdad, sea por el hábito que ha adquirido con los discursos, o porque el Señor le ha dado particular luz y tiene fijos los ojos del entendimiento en la sobredicha verdad, mirándola sencillamente, con quietud, sosiego y silencio, sin tener necesidad de consideraciones ni de discursos ni otras pruebas para convencerse, y la voluntad está amando, admirándose y gozándose de ella, esta se llama propiamente oración de fe, de quietud, recogimiento interior o contemplación.”
O este otro:
Capítulo XVI. 116: “Hay dos maneras de espirituales totalmente opuestos. Unos dicen que siempre se han de meditar y considerar los Misterios de la Pasión de Cristo. Otros, dando en un extremo opuesto, enseñan que la meditación de los Misterios de la vida, pasión y muerte del Salvador no es oración ni aún en su memoria; que solo se ha de llamar oración la alta elevación en Dios, cuya divinidad contempla el alma en quietud y silencio.”
De esta situación me saca un ruido estridente que llega repentino desde el comedor. Cambian mis sensaciones y ahora es mi sentido del oído el que actúa para hacerme consciente de que alguien quiere hablar conmigo. Me levanto de mala gana y me acerco al comedor. Ringgg, ringggg, ringgggggggg, ringgggggggggggggg. Por fin cojo el móvil.
Una voz femenina y juvenil pregunta por mí educadamente. “Si, soy yo”. Y, enseguida, quiere pegar la hebra con unas frases mecánicas y aprendidas: “Mi nombre es X y lo llamo en nombre de ONO porque tenemos una oferta en telefonía que seguro que le va a interesar”. Respuesta inmediata y transcripción fónica: “Vausté a la mierda.”. Corte del teléfono y enfado en solitario.
Fin de la anécdota. O categoría.
Posdata: Después salí a la calle y la anécdota se repitió aunque con otras formas.
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