Yo no soy más que el eco de un misterio
que despistó su rumbo enloquecido
y le dio por mirar las circunstancias
en las que se gastaban estas tierras.
Fue la curiosidad, el sutil morbo
de sentir la epidemia de las gentes
rendidas al cansancio de la monotonía;
o acaso el cruel trabajo enfebrecido
de la supervivencia
que ganó la batalla y allí mismo
empezó la batalla de la vida.
Pero no el componente diseñado
de una historia infinita y escondida,
no un soldado que espera
el término triunfal de la batalla
mientras siente pavor por si lo dejan
fuera de los desfiles
y aclama sin descanso
al perfecto estratega
o al líder superior de los ejércitos.
Lo mejor de la guerra es simplemente
no pensarla ni en sueños concebirla.
Tal vez una llamada colectiva
o una cierta conciencia de las fuerzas
que pueblan los espacios y las tardes
me dejan más sencillo y positivo,
menos abandonado, más en calma.
Mi amor en las entrañas de los aires,
de los cielos, del sol. Y su conciencia
en el centro feliz de mis entrañas.
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