A golpe de malos gestos, de huidas mal disimuladas y de ahorros verbales y desvíos de temas, me voy librando de ese empeño indigesto que son los regalos de Reyes. Pero me sigue rondando en la oreja el mal aliento del que, a pesar de todo, queda en mal lugar por no seguir las costumbres del medio en el que se mueve y respira.
Veo todo lo que regurgita la televisión y lo que vocea la radio, imagino las colas y los apretones en las superficies comerciales y no comento los silencios para no hurgar en la herida. Quiero decir que, aunque no soy participante directo de estas modas, ni me siento, para mi desgracia, totalmente ajeno a ellas, ni me dejo de enterar de lo que significan y lo que entretienen a tanta epidemia humana.
Después, el día seis (¿es el seis?) se abren los paquetes, se dan los besos, se reparten los amigos invisibles, se brinda por no se sabe qué y se cierra el periodo extraño de ilusiones comerciales y de sometimientos a la abundancia y a los dolores de estómago.
Siempre he dicho que, también en sentido comercial, lo mejor sería saltarse un poco el protocolo y aguantar un par de días más para cazar lo mismo a un precio mucho más reducido. Pero, sobre todo, sería mejor como acto de voluntad contra la imposición de las costumbres comerciales que imponen a su antojo las leyes del gasto sin sentido y a destajo. ¿No se acude tantas veces al reclamo de la libertad del ser humano para decidir lo que puede y quiere hacer? ¿Por qué no aplicarla en este caso? ¿Qué relaciones de amistad o de amor se cortan por cambiar de fechas? Ninguna, claro, solo la tontería de la “santa” tradición, esa que ahora sí conviene mantener porque favorece los intereses de quien mejores artes manipuladoras posee.
O sea, otra conjunción universal entre las divinidades y las acciones del IBEX. Menos mal que su voracidad amenaza con terminar con ellos mismos. De momento, ya hay rebajas durante todo el año, disimuladas de una forma o de otra. La producción sobrepasa de manera exponencial a las posibilidades de consumo, por muchos reclamos y fiestas que se inventen. Las avaricias monetarias y fiscales arruinan hasta a los más entusiastas y mantenedores de la orgía y del espectáculo. Y todo amenaza con la necesidad de inventarnos otro espectáculo con una carpa diferente y con enanos distintos.
Mientras tanto, habrá que aprovechar los resquicios mínimos que dejan al individuo. Primero no darse por enterados, actuar como si uno fuera de otro mundo. Si esto no es posible -y me temo que no lo es-, hacerse el desentendido y moverse como si el asunto no fuera con uno, con el peligro de quedar mal por unos ratos. Si tampoco esto se muestra factible, entonces a las rebajas, un par de días de aguante y a cargar, sin prisas y con más réditos.
Qué tristillo todo.
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