domingo, 8 de enero de 2012

LA AUSENCIA ES EL VIAJE


Cualquier viaje tiene dos partes que suman cantidades idénticas. Cuando arranco mi coche y me pongo en carretera, me encuentro con una señal que anuncia: Salamanca-70Km. Cuando vuelvo hacia mi casa, a la salida de Salamanca hay otra señal de tráfico que indica la misma distancia. Esos números me sirven para establecer divisiones temporales y espaciales, para relaciones geométricas, para plantear cualquier simple problema.
Pero las matemáticas, aunque son llamadas ciencias exactas, a mí no me dan todas las soluciones. Yo no puedo plantear el viaje a Salamanca de la misma manera a la ida que a la vuelta. Cuando voy, el camino empieza y resta todo por hacer, tanto en lo mejor como en lo peor. Cuando vuelvo, queda atrás buena parte, si no todo, de aquello que me había empujado a ponerme en camino. La distancia mental y sentimental no es precisamente la misma.
Y nadie puede asegurar -yo al menos no- que el viaje termina cuando retiro las llaves del arranque del coche en la cochera. Entonces tal vez comience el viaje más verdadero pues tal vez mi mente sigue en las consecuencias del viaje físico.
Cualquier viaje deja siempre una ausencia, un algo sin hacer, un algo inconcluso, un algo reactivado o un algo amortiguado en la conciencia. Entonces, es esa ausencia o esa presencia atenuada la que se convierte en verdadera protagonista del viaje, hasta que, en otro momento y atendiendo a otras circunstancias diferentes, esa ausencia pone punto silencioso en el olvido.
La vida está llena de pequeños o de grandes viajes que no sabemos muy bien cómo comienzan y que mucho menos sabemos dónde ni cómo terminan. En esos viajes gastamos nuestras energías y vamos encendiendo y apagando fuegos, levantando y destruyendo historias que se cruzan y se tejen un poco a su antojo. Nosotros somos actores pero no está claro que siempre seamos directores de escena.
Creamos y destruimos en el viaje del amor, en los viajes de los amores pequeños. Y tal vez cuando destruimos es cuando dibujamos el verdadero amor. Vivimos el día y la noche, y en la oscuridad soñamos y creamos el valor de la luz. Caminamos por los pinares y sentimos mejor su aroma cuando volvemos a casa y nos sentamos a mirarlos en la distancia. Observamos el paso del tiempo y tal vez no haya tiempo hasta que realmente sintamos su pérdida y su imposible retorno. Gozamos con la vista de un hermoso rostro y acaso lo fijamos mejor cuando una fotografía nos lo devuelve desde el pasado. Decimos con energía adiós y es al cabo de un rato cuando añoramos la mano que habíamos rechazado. Sentimos el verano más presente desde los fríos tersos del invierno…
Sí, sí, seguramente son las ausencias los verdaderos caminos, los verdaderos viajes, lo que nos ayuda a dar vida más larga a nuestras vidas. Somos un poco más con la presencia de las ausencias. Mi mente se vuelve otra vez hacia el maestro: “Se canta lo que se pierde.”

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