Los Reyes Magos se cuelan por cualquier puerta y a la hora que mejor les viene en gana. Claro, son magos y, en su trato con las ciencias ocultas, producen lo que producen: magia. Menos mal que en esta macedonia de la religión cristiana se les ha mantenido el nombre de ocultos, extraños…, como si no se fiaran mucho de ellos.
Hoy, en el Buen Pastor, a eso de las once de la mañana, han abierto las puertas y han accedido lentamente, escaleras arriba, hasta la planta en la que nuestros ancianos estaban sentados de forma que dejaban libre todo el centro de la sala. Manolo G. Melchor les ha dirigido unas simples palabras y después todos han recibido un pequeñito regalo nominal. Algunos ancianos ponían mala cara cuando se daban cuenta de que los regalos se terminaban y su nombre no salía pegado a los envoltorios. Qué impacientes: había para todos y cada uno tenía el nombre correspondiente.
Después, todas las caras se iluminaron y rejuvenecieron mirando al sol que entraba por los cristales y yéndose tal vez mentalmente hasta otros años ya muy lejanos. Me sentí muy contento al verlos a ellos sonrientes y aparentemente felices. Un par de villancicos puso fin al reparto y el mismo Manolo G. Melchor se encargó de apalabrar la venida para el próximo año.
Una planta más arriba estaban los asistidos, los más desvalidos, los más necesitados. El mismo protocolo y el mismo contento, aunque con otras manifestaciones físicas más apagadas. Nuestros asistidos son nuestras mascotas, nuestras muñecas y nuestros niños más estupendos. Ver a la centenaria AMP con una mantita nueva que la cubría en su sillita era una imagen plena de luz y de tiempo, los restos acumulados en forma de ternura de toda la Historia entera.
Me decía Manolo G. Mechor que nos estábamos ganando el cielo los voluntarios de esa casa. Le sonreí y apostillé: “Eso, si lo hubiera…”
Cuando se marchaban sus Majestades a cumplir con otros encargos, me quedé con PM en el pasillo. Le había tocado una pequeña bolsa como regalo. Al intentar abrirla con su única mano útil la besaba, lloraba y quería abrazarme. Lo dejé hacer, entre otras cosas porque no supe cómo reaccionar. También a mí se me fueron unas lágrimas con su abrazo.
PM me contó entre suspiros que tiene un hijo de más de cincuenta años que precisamente cumplía hoy otro año más. Trabaja en la capital. Está lejos de él. PM está solo pues su esposa falleció y no tiene a nadie más. A pesar de todo, PM cree que ha tenido suerte porque cumple sus últimos días atendido y con compañía.
No quise prolongar demasiado el encuentro ni que pormenorizara mucho el relato. Pero tenía que atenderlo y juro que lo hacía con gusto. Como tengo que hacer con otras personas cada día.
Volvía a la planta baja. Allí seguían los agraciados válidos. Ahora sus palabras parecían dichas en tono más bajo. Casi todos me hablaban de su niñez. La vida es un círculo que se cierra aunque en orden inverso y descendente. No hay más. Ni menos.
Pienso en lo hermosas que son las tradiciones, pero también en lo conveniente que resulta no sobrecargar las nostalgias ni mantener sin ningún cambio lo que la vida va transformando poco a poco. También pienso en mis primeros Reyes Magos y en aquella naranja (en singular) y aquel simulacro de roscón diminuto (también en singular) que nosotros llamábamos “anguila”. Fueron mis reyes en la niñez. Después me volví republicano.
Pero está a punto de llegar mi nieta y querrá ver la cabalgata. Me caigo del caballo como Saulo y me vuelvo súbdito y monárquico. Aunque solo sea por un rato.
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