lunes, 9 de enero de 2012

LO QUE ME FALTABA


Tengo dentro de mí una frustración que amenaza con destruir cualquier cosa que se encuentre por delante. Ayer mismo me decía que las ausencias son los verdaderos caminos. Hoy tengo un ejemplo de que no estaba demasiado lejos de la verdad aunque tenga que aplicarlo a elementos físicos y ayer hiciera referencias más amplias que las meramente físicas.
Los hechos: Viaje a Salamanca a media mañana. Luce un sol espléndido cuando salimos de Béjar: nadie sabe realmente el regalo que tenemos con la luz de estas sierras. Muy cerca de Guijuelo, en el justo cambio de cuenca Tajo-Duero, la oscuridad se apodera de nosotros. Tiene pinta de llevar así muchas horas. Los campos lucen blancos en medio de la niebla, como si hubiera nevado. No estoy acostumbrado a usar los faros de niebla sencillamente porque no los necesito casi nunca. Pero hoy hacen falta. Busco el botón correspondiente. No lo controlo muy bien por esa falta de uso. Impulso la rueda hacia un lado buscando una señal que me parece la de los faros antiniebla. No llega la rueda. Lo intento de nuevo. No hay manera. Puedo tardar en la operación no más de cinco segundos. Desisto. Y me quedo con la luz larga normal. De repente, veo que un coche de policía me adelanta a una velocidad no menor de ciento cincuenta kilómetros por hora. Cuando me ha adelantado, vuelve a una velocidad baja, demasiado baja. Tengo la tentación de adelantarlo. No me da tiempo. Me indican con el brazo que pare. Lo hago. Del coche de policía baja un agente y me pide el carnet de conducir. Se lo doy amablemente y me dice que no llevo luces cuando los he adelantado (debían estar en un costado de la vía pues yo no los había visto). Trato de explicarle lo de la búsqueda de la luz antiniebla y el tiempo que ha durado la operación (estoy seguro de que en los dos intentos no se me han ido más de cinco segundos). No obtengo ninguna respuesta. Se marcha con mi carnet. Aguardo en el coche, intentado ahora encontrar la posición del botón propio para la luz antiniebla. Creo que doy con él. Al cabo de unos minutos vuelve con una hoja de multa. Me dice que han cursado una multa. Intento volver a explicarle la realidad y no obtengo ni atención ni respuesta. Doscientos eurazos de multa. Todavía tengo ánimos para espetarle que no pienso firmar el papelito pero tranquilamente me dice que no hace falta. Me da paso para que siga viaje a Salamanca.
Hasta aquí los datos, creo que exactos del contencioso. El resto del camino se me va en pestes y en silencios para quien va conmigo. Me juro y me conjuro para no pagar esta multa porque me parece que es algo que no tiene ninguna justificación y mi cabreo no me lo permitirá.
Suelo llevar las luces puestas hasta en pleno verano. Creo que conduzco con cierta prudencia y hasta me enfado con frecuencia con lo que veo por ahí. Creo que, por ejemplo en adelantamientos, puedo adelantar en una proporción de uno a cincuenta, pues a veces me dejan atrás hasta los camiones. Estoy seguro de que la conducta en el automóvil refleja muy bien la forma de ser de cada cual y de la sociedad. Pues toma, todo para ti.
Se me ocurren mil reflexiones, todas inútiles y que me dejan absolutamente a la intemperie por no poder hacer nada. ¿Cómo puedo yo ir contra mí mismo cegándome la luz que me abre paso? ¿Cómo es posible tener esa suerte tan inverosímil de que un agente legalista coincida en el tiempo (juro que no más de cinco segundos, y divididos en dos intentos) con un despiste absolutamente perdonable? ¿Vale la ley o la legalidad? ¿El agente está para joderme o para atenderme? ¿Mis impuestos están para pagar a cazafantamas? ¿Alguien ha pensado en lo que significa esta cantidad en un sueldo normalito de una familia cualquiera? ¿Acaso es que ellos son millonarios? ¿Es que la voluntad no sirve para nada? ¿De dónde se puede sacar ninguna intención de molestar ni de dañar a nadie? ¿Por qué el agente no habla conmigo y me escucha por si tengo algo razonable que decirle? ¿Estos señores saben algo más que los artículos del código? ¿A quién reclamo yo ahora, al maestro armero? ¿Sirve de algo en una reclamación cualquier justificación que no esté apoyada en un artículo del código? ¿Hay algo más peligroso que dar un arma a quien tal vez no sepa más que manejarla? ¿Por qué la opinión de un guardia civil tiene que valer más que la mía? Si el coche de la guardia civil me adelantó a no menos de ciento cincuenta por hora, ¿qué castigo tienen que recibir los agentes que iban en él? ¿Puede salir del coche un agente con un abrigo y sin el chaleco reflectante en medio de la niebla? ¿Eso no tiene castigo? Y así hasta el vómito.
Me dura el viaje y me durará por mucho tiempo. Me duele el dinero, claro, pero me duele mucho más la falta de atención y de comprensión ante un hecho que no tiene ninguna intención negativa. Y, sobre todo, repito, me duele la impotencia y la sensación de que nada puedo hacer ante algo por lo que no siento ni la más mínima conciencia de culpa.
Mi imagen de la guardia civil era negativa como cuerpo. Hoy no ha mejorado precisamente.
Ya le dedicaré al número del cuerpo que firmó la denuncia alguna sarta de cualidades que se me ocurran. Es mi única posibilidad de desahogo. Que no me pille demasiado enfadado. Hoy no lo hago porque no tengo a mano el número exacto del susodicho y no quiero que parezca que tiro la piedra y escondo la mano.

No hay comentarios: