lunes, 30 de enero de 2012

FANATISMO

Siempre he pensado que las palabras son simples y pobres aproximaciones a las ideas que poseemos de las cosas. Como la imagen y la idea de una misma cosa no son las mismas en todas las personas, resultan inevitables esa pobreza y esa imprecisión en el mismo corazón de las palabras. Eso sí, no hay mejor forma de aproximarnos a ellas. Así de pobres y de desvalidos andamos. Quien no esté dispuesto a echarle buena voluntad e interpretación benévola a cualquier interlocutor no va a encontrar más que aristas y malos modos.
Pero no será malo que intentemos cierta precisión en su uso. Aunque no sea más que para sobrevivir y no perecer en el intento. Y esto tanto en la expresión oral como en la escrita; si no, nos encontraremos con soluciones como las del jurado de Valencia, por ejemplo, o con lo que cualquiera puede oír o leer a cada paso.
A veces me paro y juego con cualquier palabra y en ella busco tres pies al gato. Fundamentalmente por matar el tiempo y por jugar al despiste conmigo y con el propio concepto.
Sea hoy la palabra FANÁTICO, o FANATISMO. Para el adjetivo el DRAE describe “Que defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento creencias y opiniones, sobre todo religiosas o políticas”. Para  el sustantivo se despacha con esto: “Tenaz preocupación, apasionamiento del fanático”.
No soy ningún fanático del DRAE y me guío, siempre que puedo y sé, por el criterio etimológico, pero sea..
Defender algo con tenacidad y apasionamiento no parece nada malo, sino algo excitante e impulsivo, algo animador y revitalizante. La clave debe de andar en el grado que marca el adjetivo: “desmedida”, fuera de medida, lejos de lo normal y razonable. Por si acaso, el DRAE lo contextualiza en campos bastante acotados: religión y política. Es evidente que se puede aplicar a cualquier aspecto de la vida. Díganlo, si no, los futboleros o los que andan de concierto en concierto, por ejemplo. Claro que ponerle coto a esa medida no sé cómo se puede realizar ni adivino quién tiene que poner los mojones.
En realidad, me parece que el fanatismo aparece siempre que un ser humano cree que algo es tan importante que sitúa al resto de ideas o de actividades muy en segundo lugar. De este modo, se entrega a ese algo con armas y bagajes y le ofrece todo lo que le pida y más como un novicio encantado. Y, lo que es peor, está dispuesto a todo, o a casi todo, para que los demás también se sometan a ese algo, cueste lo que cueste. Es este el caso en el que el fin justifica cualquier medio. La razón, entonces, se pierde y, cuanto más se desposee la persona en favor de la idea o el ser del que se hace fan, más fervor irracional se desata en él.
Naturalmente que hasta en esto hay grados: de otra manera, sería imposible la supervivencia. Y hay fanatismo y fanáticos de toda ralea. Todos nos reconoceremos en cierto grado de fanatismo de vez en cuando.
Sospecho que, cuanto más invisible y lejano sea el objeto, la idea o la persona que provocan el fanatismo, más devastador se puede volver. No sé si es fácil encontrar alguno más peligroso que el religioso. A las pruebas de la Historia me remito; a las de la Historia más extensa y a las de la más rabiosamente contemporánea.
Si todos los fanatismos son poco recomendables, ¿por qué al menos no empezar por ser uno fan de sí mismo? Al menos sabemos en qué invertimos nuestra sinrazón. Y acaso también porque la calidad bien entendida empieza por uno mismo.

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