viernes, 13 de enero de 2012

POR APROXIMACIÓN

Con mucha frecuencia aseguro que la única obligación que el ser humano tiene es la de ser feliz. Todo lo demás sobra, o al menos se supedita a su consecución.
Qué iluso. Qué generalidad. Qué simple deseo. Si alguien supiera cómo se define la felicidad y en qué consiste su gozo…, seguro que todos andaríamos engolfados en su búsqueda y en su hallazgo.
Solo podemos obrar por aproximaciones y por realidades parciales; por momentos y no por tiempos indefinidos; por espacios acotados, no por campos sin fronteras. Tal vez por esa misma razón nos desanimamos, nos olvidamos de la auténtica obligación placentera que nos convoca a la vida y nos inventamos felicidades particulares que terminan chocando con las felicidades particulares de los demás. De este modo, el concepto y la realidad se hacen parciales y subjetivos, y todos nos creemos en posesión absoluta tanto del concepto como de su concreción.
A mí me parece que, más que sentir la felicidad en positivo, la logro entender parcialmente por el sentido negativo y particular. Algo así como conocer que soy un poco menos infeliz por haberme librado de ciertos espacios y de ciertos tiempos en los que me habría desenvuelto bastante mal.
Es lo que me sucede cuando pienso en la posibilidad de que mi vida se hubiera tenido que mover en ciertas profesiones. Cuando considero que mis esfuerzos se han ido (y en alguna medida se siguen marchando) en el mundo de la enseñanza, en un ambiente en el que, teóricamente, se está ayudando a crear conciencias personales críticas, a promover conciencias reflexivas, a formar personas, me considero sin ninguna duda un absoluto privilegiado, creo que me he movido en un mundo en el que, al menos como ambiente, se roza algo de felicidad.
Tengo la certeza absoluta de que todo ha sucedido por pura casualidad (aunque tal vez me reconozca un poquitín de voluntad propia, pero de valor menor ante la potencia del azar) y que mis pasos perfectamente podrían haber ido por otros derroteros. Me asusta pensar en alguno de ellos y, si pienso, me veo un poco más infeliz.
Los primeros años de mi niñez pasaron en paisaje y ambiente campestres, ilusionados y de mucha pobreza. El azar me llevó a conocer otros oficios y el azar me convirtió en estudiante tardío y en profesor vocacional y creo que hasta un poco entusiasta y entusiasmado.
Pero pude haber sido, por ejemplo, un tendero. Qué barbaridad, y que me perdonen los tenderos. Todo el día aguardando a ver si aparece algún cliente para venderle todo lo que se pueda, siendo así que yo no creo en absoluto en este sistema de compraventa que nos hemos dado y en el que sufrimos lo que se puede ver a diario. ¿Qué haría yo en las rebajas si odio ir a comprar, salvo lo más necesario?  ¿Y si fuera dueño de un negocio? La misma situación pero elevada a la enésima potencia porque habría terminado cayendo en la tentación de desear la ruina del de enfrente para aguardar dar cobijo a sus clientes en mi establecimiento. ¿Cómo me manejaría yo como promotor inmobiliario, por ejemplo? No quiero ni pensarlo. ¿Y como inversor en bolsa? Qué horror ¿Y como bancario o comercial? Si miro a los cuerpos armados, me pueden entrar las fiebres cuartanas.
Sé muy bien que todos los oficios se pueden realizar con un lubricante mayor o menor de humanismo. Y sé también que no puedo señalar ni condenar a ninguna persona que se dedique a estos o a otros menesteres. Pero tengo una certeza casi absoluta de que la vida me ha colocado en una situación en la que me he encontrado a gusto, he sentido que podía desarrollar mi actividad con alegría y me ha permitido no sentir nunca jamás que lo que hacía carecía de utilidad personal y social. He sido un absoluto privilegiado y un poquito más feliz.

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