Quise mirar y el ojo y no veía
por no saber mirar lo que importaba,
quise oír y el oído no sentía
pues nada en el espacio lo llamaba
.
Primero fue ejercicio razonado
de pesos y medidas contrastadas.
Y así no fue posible hallar el jugo
de los mejores frutos. Otro engaño
para mi voluntad desesperada.
La tarde eran escalas, cantidades
de grados y de ángulos de luces,
de fórmulas abstractas deducidas
de representaciones de los cuerpos.
El monte era una cota, las cigüeñas,
un arco en las corrientes de los vientos.
El río era una curva descendente
en precipitación gravitatoria.
El hombre era un archivo sociológico
de relaciones varias, de costumbres.
Todo cuadraba en fórmulas trabadas
de espacios y de tiempos enlazados.
Pero mi voluntad, en rebeldía,
soñaba con la esencia más sencilla
del alma de las cosas.
Y entonces decidí tentar la suerte
de otro camino menos transitado.
Me olvidé de razones sometidas
a solemnes criterios de razón
y no supe del tiempo por más rato,
me perdí del espacio y sus lugares
y no tenté las causas
de ningún complicado silogismo.
Volví a mirar con pausa y complacencia,
intenté confundirme y ser yo mismo
lo más perenne y hondo de las cosas,
puse tasa a la fuerza incontenible
de mi desalentada voluntad.
Ahora solo conjugo en el presente,
nada tiene extensión en mis espacios
y soy solo quietud y eterna complacencia
en la contemplación y el abandono
de ti, de mí, de todo, de nosotros.
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