Pues arrecidos y todo, mi mente y mi cuerpo se disponen a recibir el
invierno y a meterse de lleno en ese período que llamamos vacaciones de
Navidad. Entre fiesta y fiesta, comidas y cenas, paseos y charlas, lecturas y
recuerdos se nos van a ir dos o tres semanas descabaladas y locas. Después ya
hablaremos de aquello de ya se le nota a los días, ya parece que hemos vuelto a
la dulce monotonía, ya estamos de nuevo solos, menos mal que ya se acabaron las
reuniones y las comilonas, qué nos deparará el nuevo año… Y en este plan.
Como somos tan convencionales -¿qué otra cosa podríamos ser?-, colocamos en
cualquier frontispicio alguna frase que regalamos a nuestros conocidos como
expresión de buenos deseos. El ser humano está construido con estos pequeños
signos, a los que tal vez no haya que darles más importancia, pero tampoco
menos. Al fin y al cabo, si echamos la media entre los buenos deseos, las
obligaciones, los convencionalismos y hasta alguna que otra mala leche
escondida, tampoco nos sale tan mal resultado. Así que bienvenidos sean estos
deseos, que ya sabremos filtrarlos y hasta leerlos entre líneas.
He oído en los últimos días cómo varias personas se escandalizaban porque
alguien les había felicitado el solsticio de invierno en lugar de las
navidades. Como si salirse por un momento del carril de las costumbres
supusiera el fin del mundo o algo así.
Está bien respetar las tradiciones, pero tratar de comulgar con ruedas de
molino y escandalizarse por el más mínimo cambio no es lo más educado ni
racional precisamente. Tener que explicar aquí -o en otro cualquier contexto- que
el origen de la navidad es pagano, fiesta de la luz, del sol que ya está (para
quedarse y aumentar: sol+stare), que es una fiesta pagana que se hunde en el
origen de los tiempos sería tanto como insultar al alfabetizado y al que aspira
al sentido común. De modo que no estoy por insultar y yo también quiero mostrar
mi contento porque el padre sol, de nuevo, hace acto de presencia y se va a
hacer grande y mayor hasta por los finales del mes de junio, cuando el otro
solsticio, el de verano. Y me alegro porque la luz es la vida, el calor es la
salsa en la que fermentan las sustancias que componen mi cuerpo y conforman mi
pequeña mente.
Y el que serenamente, sin apabullar ni querer engañar ni engañarse, quiera
sumar a esta luz su luz religiosa, su purificación, su lavado, su gracia, su
engarce en el camino soñado de la salvación desde su dios, que lo haga con toda
tranquilidad y con toda la alegría posible. Al final, todo el mundo se
encontrará en la explanada del gozo y de la celebración, de la aceptación plena
de lo que es cada uno y de lo que representa en el total de lo que alcanzan sus
sentidos o su imaginación. Sencillamente se pide que no se subviertan los
datos, que no se apabulle y que no se imponga a todos lo que es de cada uno. Y
mucho menos en una celebración como esta, que no admite ninguna posibilidad que
no sea positiva y esperanzadora.
De modo que, sea cual sea la felicitación, que sea de verdad y que surta
efecto.
Este año me apropio de unos versos de Miguel Hernández, pensados para
situaciones vitales de peligro, pero que aquí quiero trasladarlos al sentido
general y a la postura que propongo ante la vida en:
“ANTE LA VIDA, SERENO;
Y ANTE LA MUERTE, MAYOR.
SI ME MATAN, BUENO;
SI VIVO, MEJOR.”
Pues eso.
1 comentario:
¡Feliz Navidad!....agnóstico cantador de villancicos.
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