En una letra demoledora de una
canción escrita por el fenómeno Javier Krahe se dice “Cuando todo da lo mismo,
por qué no hacer alpinismo…” Me permito la licencia de cambiar la última
palabra por “periodismo”.
Reconozco que, cada vez que opino
de los medios de comunicación, lo hago tal vez con algún prejuicio, y sé, por
supuesto, que la profesión ocupa a un buen número de profesionales
extraordinarios. Pero sigo convencido de que, en las líneas editoriales y en
otro buen número de profesionales anida una visión de las cosas que yo no sé
por dónde agarrarla pues me parece que obedece a una visión egoísta y acodada
en la asquerosa variante económica, cuando no en una escala de valores que “non
hay por do la asga”.
Se han producido este fin de
semana tres acontecimientos de alcance social en cuyo desarrollo se han
retratado claramente todos los medios escritos y no escritos: las marchas de la
dignidad, el fallecimiento de Adolfo Suárez y una edición más del llamado
“clásico del siglo” de fútbol. Si se deja un poco aparte el último, que ocupó
las últimas horas del domingo. y se fija la vista y la atención en los otros
dos, se verá que no es mentira lo que afirmaba antes.
No se trata de la forma, que
también, sino de la importancia que se le da y en la opinión que cada suceso
merece. No sé de qué manera se salen en sus facultades universitarias del Who,
What, Where, When, How, Why ni qué otras cosas les enseñan, pero los criterios
de selección, la extensión y los tiempos, la mezcla de la información con la
opinión, la titulación escandalosa y muchas veces a contraluz de la verdad, el
sesgo en casi todo nos envían un panorama que a mí me disgusta casi a diario.
Tal vez porque pido peras al olmo y sigo pensando que estos medios lo son con
valor social y no solo económico y al servicio de la dirección y de los
accionistas, cuando no al servicio de algún director payaso y engreído.
Repasar las noticias que los
periódicos de la derecha han ofrecido acerca de las marchas de la dignidad es
echarse a temblar; añadirle los insultos y los desprecios que sobre los
manifestantes han vertido es mucho peor si cabe. Cada uno puede hacer la prueba
en los medios digitales, por ejemplo. Porque no se trata ya de hacer como que
no nos hemos enterado, sino de mofarse, de insultar la sensibilidad, de reírse
en las caras cansadas e indignadas y de despreciar públicamente a esos
“ignorantes” que se reúnen a quemar papeleras y a gritar contra el orden
establecido y la procesión del santo, mire usted por dónde. Todos o casi todos
han cogido el rábano por las hojas, se han centrado en los escasos disturbios
de última hora y han mandado al limbo y al cesto de los papeles la gestación,
las causas y el fondo que han propiciado las marchas y el malestar social. Qué
barbaridad, qué insulto a la alfabetización, qué engaño, qué patraña.
Fijar la atención acerca del
traslado de la noticia de la muerte del primer presidente de la democracia
produce rubor, vergüenza y hasta sarpullidos. Me cuesta más comentar el hecho
porque la persona acaba de fallecer, está de cuerpo presente y, como tal,
merece todos mis respetos. Pero todo ha parecido la crónica de una muerte
anunciada, con hagiografías dispuestas en la mesa para que pareciera que todos
estaban al tanto de la historia y del personaje. Tengo la impresión de que, en
este caso, hay otros elementos que también o se han prestado o directamente han
propiciado el escaparate publicitario. Y menos mal que se les agotaron los
tiempos, que, si no, no sé de dónde habrían sacado variantes de la hagiografía
para mantener el tono.
Creo que la figura del
expresidente está totalmente sobredimensionada en términos históricos y
personales, pero tal vez no es el momento, y, además, el conjunto no salió del
todo mal y los que lo vivimos creo que tenemos algo más de autoridad moral y
temporal para decirlo. Así que dejémoslo estar. Por respeto al difunto, no por
el espectáculo que los medios están dando estos días.
Va a resultar verdad aquello del
principio: Cuando todo da lo mismo, ¿por qué no hacer “periodismo”?
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