¿Por qué esa intensidad a la hora
de defender algunas ideas, cuando parece que para tantos lo más importante no
es el desarrollo de la argumentación sino el hecho de dejar al adversario
tirado en la lona y al desamparo del escupitajo de los demás? Es más, ¿por qué
ha de haber adversarios a no ser que se entiendan como portavoces de otros
puntos de vista enriquecedores acerca de las cosas? Hay gente que va por la
vida con la zancada ancha y el golpe en el suelo, como si fuera de soldado
desfilando. Sobre todo si tiene un poco de poder. Cuando el poder de decidir
sobre otros muchos es real, entonces el peligro cristaliza y se convierte en
una amenaza evidente. Si a eso le sumamos que buena parte de la comunidad
también quiere gresca y mano dura, el cóctel está casi servido y en bandeja de
plata.
Me da miedo mucho de lo que pasa
en los niveles generales (no he escrito a nivel general), pero aún me
preocupa más lo que sucede a mi alrededor y en mi misma persona.
Uno se pasa media vida razonando
acerca de la necesidad de que haya ideas, de que estas se organicen, de que se
manifieste serenamente una ideología, y de que se aplique en la realidad diaria.
Y no quisiera apearme de este principio, pero la realidad, con demasiada
frecuencia, me deja muy mal parado.
Cualquier pequeño recuento me
sirve para inyectarme en vena la duda de casi todo. Hoy mismo repaso a media tarde. He decidido levantarme a una
hora determinada para salir al campo; dejé fijada ayer la intención de pasar la
mañana con unos amigos caminando, hablando e intercambiando impresiones; he
decidido comer a una hora determinada; he descansado un rato; he visto unos
minutos la televisión; he leído un rato largo, y ahora escribo esta pequeña
disquisición mental. ¿He decidido algo en realidad? Reviso y compruebo que cada
decisión ha venido condicionada por las circunstancias que la han rodeado y certifico
que, sin ellas, nada habría sido igual y que mi realidad no es más que una de
las infinitas posibilidades en que se va embarcando mi existencia.
No tengo nada claro cuál es el
grado de influencia de mis decisiones en mis actos, pero me siento como dirigido
por causas y efectos que no controlo y que al menos no dependen solo de mí. Más
bien todo me parece embutido en un discurrir oscuro del tiempo y del espacio en
el que no soy más que otro de tantos al lado de otros muchos en un fin no definido
y al albur de no sé qué coordenadas o decisiones.
Pero sigo vivo y lo cuento. Soy
un afortunado. A mi lado observo cómo se talan árboles vitales, cómo se acaban
vidas y de qué manera se van intuyendo otras en busca de ocupar su sitio; todo
lo que existe y vive me sirve de ejemplo en estos días de la incipiente
primavera. Y siento que la vida aún me pertenece, que me sigo salvando de
milagro en esta quema continua de rastrojos. Y confirmo que todo sucede en
realidad como en un misterio inescrutable y maravilloso. Y me siento aturdido
pero gozoso por haber sido señalado tantas veces por la mano de la suerte. Y,
cuando escribo esto, en tiempo real, me llama Leti desde Málaga contenta y con
las mismas preguntas sencillas de siempre. Y siguen sucediendo cosas que podrían
suceder de otra manera. Y compruebo que la buena suerte existe de verdad y que
a mí me ha sonreído muchas veces; todas las que el proceso del tiempo ha tenido
a bien, a pesar de mis empeños diarios en desentrañar algunos de los principios
de esa vida y de ese tiempo.
Quiero seguir ordenando mis ideas
y no deseo renunciar al sentido común y a la razón. Pero deseo dejarme llevar a
ratos, o al menos a porcentajes, por ese hecho misterioso que me deslumbra y me
empuja a veces a la alegría y a veces al abismo de la tristeza.
1 comentario:
Déjate inundar de primavera, y deja de organizar tu tiempo y espacio...a lo mejor te sorprendes,viviendo.
Publicar un comentario