En efecto, he dedicado algo más
de una hora a ver el documental titulado “Las Maestras de la República”. En la
carátula se escriben con mayúsculas las palabras Maestras y República. Y me
gusta verlas realzadas. Las dos. Porque creo que se lo merecen y que incluso
deberían imprimirse con moldes dorados.
Es un reportaje de parte pues
está realizado por FETE-UGT y como tal hay que verlo y juzgarlo. Naturalmente
que en él se refleja sobre todo el extraordinario trabajo de las mujeres de
este sindicato. Pero enseguida hay que hacer dos aclaraciones: a) Este era el
principal sindicato junto con la CNT; b) El ser parte no implica la nulidad del
trabajo: yo incluso creo que es demasiado neutral pues busca un fin solo didáctico.
Con la advertencia de este
fingido peligro, me he engolfado en él para comprobar -una vez más- la
importancia de ese corto periodo en el aspecto educativo. Y específicamente, la
labor de la mujer en la enseñanza.
Aquellas mujeres asimilaron las
bases sobre todo de la Institución Libre de Enseñanza, se empaparon del valor
de la función que estaban realizando, se entusiasmaron con los principios que
las animaban, comprendieron bien la ruptura que aquello suponía, se embarcaron
con todo su entusiasmo en su labor, lograron en muy corto espacio de tiempo
lavarle la cara a los niños de casi toda España, abrieron los ojos a muchas
personas en el camino de la libertad, de la igualdad de sexos y de la
solidaridad, dignificaron de manera sobresaliente la escuela pública, y
sufrieron en demasiadas ocasiones la incomprensión de demasiadas personas: de
gente de sus propias familias, de todas las fuerzas reaccionarias que le
salieron al paso y de los ambientes de la enseñanza religiosa, que vieron en
ellas enseguida un contrapoder y un competidor fundamental.
Todo ello generó casos
particulares heroicos, pero, sobre todo, un ambiente de entusiasmo y de
liberación, primero de ellas mismas en muchísimas facetas (formativas, de
costumbres, de modas…), pero también de la sociedad que las acogía o que las
rechazaba.
La guerra incivil cortó de raíz
todo aquel movimiento extraordinario con cara femenina. Y llegaron las
represiones, las expulsiones masivas, los exilios, los desprecios y los
abandonos de la sociedad y de las estructuras educativas y administrativas. Y
llegó sobre todo el olvido.
La Historia, la buena y
verdadera, está hecha a golpes y empujones,
con vagidos e impulsos, con gritos y con
voluntades, con ganas sobre todo.
Cualquier día de estos se celebra
el día de la mujer trabajadora. Qué buen ejemplo el de esta generación de
impulsoras de la educación en la República, gente con ideales que no aspiraba
tanto al botellón como a la alfabetización de las comunidades, convencidas sin
duda de que la mayor fuerza de una sociedad está precisamente en la formación
de sus integrantes. No es difícil sospechar que para ello acaso se necesite la
presencia de algún ideal colectivo y plural, algún fin en común, algo de
esperanza en la salvación compartida y solidaria. O sea, de alguna ideología
definida que aliente y dé fuerzas cada día.
Inevitablemente, recordaba
mientras veía el documental las palabras del maestro en la película (esta no
recibió ningún Oscar, ni puta falta que hizo) “La lengua de las mariposas”. No
son textuales pero la idea era más o menos esta: En cuanto consigamos la
formación de una sola generación ya será imposible retroceder en las libertades
y en el adelanto de los pueblos. La película está ambientada en la época de la
República y de estas maestras del documental.
Me gustaría pensar que la
realidad no desmiente ni a las Maestras de la República ni al actor maestro en
la película, Fernando Fenán Gómez, ni a Manuel Rivas, el escritor que concretó
la idea. Me gustaría.
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