viernes, 7 de marzo de 2014

ATÓNITO VA-Y-VEN


Tal vez los besos más sabrosos son los que se dan con hambre atrasada, con el impulso incontrolado de lo que ha estado encadenado y oculto a la luz del sol y a la saliva.
Él y ella andaban despistados y en la línea del desnudo y de la pasión. Por eso habían perdido el sentido del oído y no escuchaban nada de lo que desde lejos sonaba: campanas, ruidos de enfadados, ambulancias que destellaban en las carreteras, un último tocadiscos que lanzaba al viento una nueva canción, la discusión acalorada de otra pareja, el rosario en el filo de la tarde, cualquier vuelo de un ave atolondrada…
El rito se inició con parsimonia hasta ir creciendo en rumor y en desatino. Ella presentó su cuerpo, que se fue dorando ante el asombro de los rayos del sol de la tarde, y él hizo lo propio. Ambos parecían desperezarse y como prepararse para un rito sagrado y convenido, como si fueran dos oferentes a un dios desconocido.
El roce comenzó con el desnudo. Las manos suavemente sazonando las piernas y los muslos en un vaivén primero tibio y muy pronto ardiente y abrasador. El húmedo paréntesis de las caderas ofreció su frescura. Los vientres se unieron y sintieron la presencia de la piel y el pálpito creciente de ambos pechos. La lengua fue ascendiendo hasta la boca y supo de las ansias de otra lengua, hasta que ambas se fusionaron en la misma saliva y en los mismos mares. O mejor, en un solo mar y en una sola tormenta. Los labios ahora se regalan y se estrechan en un compás redondo y fugitivo. Y los ojos se encuentran, se sorprenden, se ven y no se miran pues quedan asombrados y perplejos, se penetran y beben de los otros mientras se ofrecen al gustoso ejercicio de la vista. Y en dulce acoplamiento, se olvidan de la nada y de sí mismos, y comienzan la danza de la muerte y de la vida, la dulce sinfonía del extravío, el compás del placer y del olvido.
Son las escenas de una sinfonía en la que no hay paréntesis del tiempo, en las que se confunden los verbos ser y estar, en las que no se distinguen uno y una pues uno es ya una y una es uno y ambos son uno solo. Solo se observa el crescendo del ritmo y la presencia real del desatino, el caos absoluto y la fusión intensa, la dulce salvación en la locura, el torrente mortal que da la vida y la entrega total, definitiva.
Lejos existen cosas, pero están todas lejos aunque estén al lado. Los sentidos están todos sumisos al ritmo del placer. Nada se oye, nada se ve, nada se sabe. Los únicos testigos son él y ella; ellos son los únicos que asisten a la reunión sagrada, avariciosa, a la alta ceremonia, al tálamo de los ungidos. Ni el aire ni la lluvia, ni la luz ni los cielos. Nada. Solo ellos. Él y ella, ahora transformados en una singularización ambigua y placentera.

Y así hasta que las fuerzas los superen, hasta que todo los olvide, hasta que el día se pierda y no encuentre la noche, hasta la nulidad del tiempo y del espacio, ensimismados y únicos, en un vaivén fecundo, en un mecido sueño ya olvidado, por detrás de las tapias del pasado y del futuro, con todo el horizonte a su servicio. 

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Alto contenido erótico....para salvarse.