Cuando la clara luz de la mañana
se asoma sin pudor a mi terraza,
me llega la certeza de que el día
se anuncia para todo lo que
quiero.
Lo primero es el tiempo, las
noticias
de lo que fue el pasado y ya no
existe,
pues el ayer es hoy y ya sus
huellas
se pierden en la bruma del
recuerdo;
y el futuro me pilla muy lejano
-permitidme que al menos me
despierte-.
Así que todo es hoy, es el
momento,
la claridad, la gracia, la
constancia
de que otro día la vida me recibe
y yo estoy para todo lo que
existe
y me llama a su lado, con el alto
placer y con el ánimo dispuesto:
lo malo porque, si ha de ser, no
ha sido;
lo bueno porque queda la
esperanza
de tener la fortuna de gozarlo.
De modo que aniquilo mi pereza,
abro mis brazos a la paz que
llega,
respiro y me recuerdo con las
ansias
de colocarme el mundo por
montera,
y salgo a dar abrazos y a dejarme
sazonar por los dones de la vida.
Veremos qué me aguarda en la
escalera.
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