En los libros de sabiduría
antiguos, aquellos que andaban tan preocupados por la intención moral y que
llenaban todo de apólogos y de fábulas, se esconden ya los principios básicos
del comportamiento humano que siguen sirviendo hoy y que servirán mañana. Igual
sucede con explicaciones o modelos que nos llegan de la mística oriental
antigua y reciente. En el fondo todo se reduce a aplicar un poco de sentido
común y de buena voluntad. Por este orden creo que funciona mejor. Primero, el
sentido común, pues incorpora la razón como principio, aunque sabiendo que
llega hasta donde llega, que no es a todos los sitios; después, la buena
voluntad, como resultado de las limitaciones de la razón y de su concreción en
el sentido común. Y todo ello adobado con el fundamento de que la persona, como
tal, por el hecho de ser persona, se
sitúa por encima de cualquier otro valor o consideración.
Me mandan correos llenos de
sabiduría y de ingenio, de esa chispa que hace seguir creyendo un poco en la
capacidad humana y en la salvación parcial de esta especie. Hoy mismo abro el
buzón y descubro uno de ellos; muestra la oposición entre un asunto concebido
desde la erudición o desde la sabiduría y el sentido común. Se trata de dividir
una herencia de diecisiete unidades (aquí cabe cualquier clase: animales,
plantas, terrenos…) que, mira tú por dónde, al donante le había dado por
dividirla en la mitad para un hijo, un tercio para otro y dos unidades para el
tercero. No había manera, ni los principales matemáticos eran capaces de
encontrar solución a ese reparto, ni dividiendo una unidad por la mitad les
salían las cuentas.
De repente, se les ilumina el
cogote, tiran del sentido común y de la buena voluntad de un buen hombre,
iletrado y grosero, pero con ganas de solucionar y de no buscarle demasiados
pies al gato. Resulta que halló la solución, se rió de todos los que pensaban
que aquello ofrecía dificultades y les animó para que en otras ocasiones
intentarán encarar la solución con perspectivas comunes, sociales y
humanitarias. Así se lo presentó: Añadiré yo una unidad de mi propiedad a las
diecisiete que tenemos (piénsese por ejemplo en ovejas) y empezamos a dividir.
Ahora ya no son diecisiete sino dieciocho. Ya podemos tomar la mitad y
entregarle nueve al primero. Hala, con dios. También podemos darle la tercera
parte al segundo: seis. Con dios también. Nos quedan otras dos para satisfacer
al tercero según lo dispuesto en el texto de la herencia. A disfrutarlo.
Pero nos queda una oveja de
sobra. Que nadie se preocupe, era mía, la añadí yo y, por tanto, yo me la
vuelvo a llevar. Así las cuentas quedan saldadas y todos contentos.
Parece que todos quedaron
admirados, sobrecogidos y avergonzados (en los textos antiguos dirían
corridos). Se les habían caído los palos del sombrajo. Su erudición, sus
conocimientos teóricos (siempre escasos, como se ve) no habían dado para algo
tan sencillo como lo que en un momento soluciona la buena voluntad, esa que
procede de la sabiduría, de la certeza de que todo es limitado y sencillo, de
que siempre es mejor tender la mano que alzar el puño, ser legales que ser
legalistas, tener buen fondo que solo barniz y apariencia.
Y hoy empieza la primavera, y hay
que estar para todo lo que existe, lo bueno y lo menos bueno, lo dulce y lo
amargo, lo que transporta en vena la esencia de la vida. Porque respiro y
siento, veo y ejercito mi tacto en mi piel y en las caricias. Y vuelvo a
respirar y enlazo unas palabras. Respiro, siento, creo que vivo y es todo un
gran milagro que me anima a instalarme en el sentido común y en la buena
voluntad. Vamos a ello.
1 comentario:
Me ha encantado...simplemente.
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