Hay restos de nostalgia en el
camino
que a Ítaca conduce desde el
último
despojo del combate que hubo en
Troya.
Y es la diosa ojizarca la que
rige
los destinos de Ulises el astuto.
Soñar con ver la meta y sus
arenas
es imposible si la aurora invita
a esperar otro día de desgracias
o de amable acogida en un viaje
errante e infinito. Pareciera
que todo se halla en manos del
destino.
¿No le aguardaba en Ítaca el
anhelo
del amor de una esposa o el
contento
de un hijo tan crecido y tan robusto?
¿Tampoco el fiel recuerdo de
aquel padre
anciano y alejado delas luchas
de tanto falso noble codicioso?
¿Fue el extraño placer de la
venganza
lo que alargó el feliz
descubrimiento
de aquella identidad que se
ocultaba
a los ojos llorosos de la esposa,
a la visión del viejo porquerizo
y del joven Telémaco, su hijo?
¿Acaso el ciego aedo se ha
olvidado
de que es amor lo que al futuro
empuja
y nada debe detener su empeño
ni diluir la pasión en otras
cuitas?
Fidelidad, amor, perseverancia,
cuidado de los dioses, amistad,
son las armas del héroe soberano
que vence a los demás y les
enseña
el camino preciso hacia el
palacio
de las arenas límpidas de Ítaca.
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