Tal vez los besos más sabrosos
son los que se dan con hambre atrasada, con el impulso incontrolado de lo que
ha estado encadenado y oculto a la luz del sol y a la saliva.
Él y ella andaban despistados y
en la línea del desnudo y de la pasión. Por eso habían perdido el sentido del
oído y no escuchaban nada de lo que desde lejos sonaba: campanas, ruidos de enfadados,
ambulancias que destellaban en las carreteras, un último tocadiscos que lanzaba
al viento una nueva canción, la discusión acalorada de otra pareja, el rosario
en el filo de la tarde, cualquier vuelo de un ave atolondrada…
El rito se inició con parsimonia
hasta ir creciendo en rumor y en desatino. Ella presentó su cuerpo, que se fue
dorando ante el asombro de los rayos del sol de la tarde, y él hizo lo propio. Ambos
parecían desperezarse y como prepararse para un rito sagrado y convenido, como
si fueran dos oferentes a un dios desconocido.
El roce comenzó con el desnudo. Las
manos suavemente sazonando las piernas y los muslos en un vaivén primero tibio
y muy pronto ardiente y abrasador. El húmedo paréntesis de las caderas ofreció
su frescura. Los vientres se unieron y sintieron la presencia de la piel y el pálpito
creciente de ambos pechos. La lengua fue ascendiendo hasta la boca y supo de
las ansias de otra lengua, hasta que ambas se fusionaron en la misma saliva y
en los mismos mares. O mejor, en un solo mar y en una sola tormenta. Los labios
ahora se regalan y se estrechan en un compás redondo y fugitivo. Y los ojos se encuentran,
se sorprenden, se ven y no se miran pues quedan asombrados y perplejos, se
penetran y beben de los otros mientras se ofrecen al gustoso ejercicio de la
vista. Y en dulce acoplamiento, se olvidan de la nada y de sí mismos, y comienzan
la danza de la muerte y de la vida, la dulce sinfonía del extravío, el compás
del placer y del olvido.
Son las escenas de una sinfonía
en la que no hay paréntesis del tiempo, en las que se confunden los verbos ser
y estar, en las que no se distinguen uno y una pues uno es ya una y una es uno
y ambos son uno solo. Solo se observa el crescendo del ritmo y la presencia
real del desatino, el caos absoluto y la fusión intensa, la dulce salvación en
la locura, el torrente mortal que da la vida y la entrega total, definitiva.
Lejos existen cosas, pero están
todas lejos aunque estén al lado. Los sentidos están todos sumisos al ritmo del
placer. Nada se oye, nada se ve, nada se sabe. Los únicos testigos son él y
ella; ellos son los únicos que asisten a la reunión sagrada, avariciosa, a la
alta ceremonia, al tálamo de los ungidos. Ni el aire ni la lluvia, ni la luz ni
los cielos. Nada. Solo ellos. Él y ella, ahora transformados en una
singularización ambigua y placentera.
Y así hasta que las fuerzas los
superen, hasta que todo los olvide, hasta que el día se pierda y no encuentre la
noche, hasta la nulidad del tiempo y del espacio, ensimismados y únicos, en un vaivén
fecundo, en un mecido sueño ya olvidado, por detrás de las tapias del pasado y
del futuro, con todo el horizonte a su servicio.
1 comentario:
Alto contenido erótico....para salvarse.
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