Cuando ya cerca del mediodía
volví de la entrega de premios a unos niños, me encontré con que la coronación
del nuevo rey era ya un hecho. Las solemnidades, por entonces, andaban en un
interminable pasamanos al que acudían todos los españoles importantes pero casi
ninguno de los que importan.
Ayer apuntaba la existencia de
fuerzas que a mí me parecen disgregadoras si no se encauzan con serenidad y
altura de miras y hoy aparecía la representación del símbolo que mejor podría
representar la dirección contraria, la centrípeta. Y no sé si realmente esto se
cumple o no, pero tengo dudas razonables.
El nivel teórico de la defensa de
la institución monárquica no tiene un pase y no merece discusión. Pero ahí está
y hay que respetarla con dignidad y sosiego. Nada se ha alterado en la vida de
la comunidad, todo sigue igual de bien o igual de mal que ayer. Es verdad que
esta era una ocasión de oro para que la ciudadanía se hubiera expresado acerca
del modelo de Estado de le conviniera, pero hay formulaciones legales que lo
permiten a su tiempo. Y como este asunto es mejor no menearlo, los que más se
oponen más contribuyen a la creación de adeptos republicanos.
Tampoco está mal echar la vista
atrás y abrir el objetivo. El país ha vivido cuarenta años de avances sociales
y de modernidad, tal vez más que nunca en la Historia; no por causa del rey,
sino por acción de todos los ciudadanos, pero estas imágenes pesan para la
moderación y la toma de decisiones de la gente.
Un rey se marcha y otro comienza
su periodo de reinado. He oído decir al nuevo rey, Felipe VI, que quiere un
reinado renovado para unos tiempos nuevos. Esas son siempre las primeras
intenciones, que se mueven en la generalidad y en los deseos de quien tiene
todo el cuaderno de servicios todavía en blanco y sin borrones. Otra cosa es,
como sucede casi siempre, la realidad y el paso del tiempo.
De lo que dejamos atrás yo quiero
destacar en positivo la figura de la reina; la he visto siempre como una sufridora
de concurso y como otro rompeolas en el que se calmaban casi todos los
naufragios. Tengo para mí que es la única que nunca ha abdicado de su labor ni
de su trabajo. Yo mismo tuve la oportunidad de darle la mano en una ocasión y
se me hizo llegar una foto del momento. Pensé en olvidarme de ella pero, a
medida que ha pasado el tiempo, me ha parecido que debía conservarla como
reconocimiento de esa labor callada y aguantatodo que le atribuyo, a pesar de
mis razonamientos republicanos.
No puedo decir lo mismo de lo que
viene, en lo que a lo femenino se refiere. La reina Letizia (me parece que
escribe su nombre con zeta) me tiene que ganar para que le tenga simpatía. Es
una pizquilla de olor que me deja un no sé qué confuso, no sabiendo…
No sé por qué hoy tenía que ser
momento de todo lujo y pedrería. Sea pero basta ya. Mañana deben acercarse simbólicamente
al Palacio de Oriente los que realmente importan, no los importantes de hoy. Y
los que importan son los más desvalidos y los más necesitados, los que quieren
vivir con dignidad y no pueden, los que no contribuyen a la comunidad porque no
encuentran trabajo, los que trabajan por todos los demás pero no lo señalan en
la cuenta de dividendos y, en fin, todos los que forman la comunidad, porque
todos son igual de dignos que los que hoy se coronaban y que todos los que se
inclinaban ante ellos.
Por lo demás, indicios, detalles,
complicidades y minucias, para el papel couché y su legión de seguidores. A mí
me tren al pairo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario