¿Acaso no tengo nada que decir y
que decirme acerca de lo que sucede en el PSOE o en la abdicación real? Pues
seguramente sí me queda algo escondido por ahí en el magín pero lo que no me
queda son ganas de articularlo y de exponerlo con orden. Me pregunto cuál puede
ser la causa y -concediendo, como siempre, que la causalidad es múltiple-, se
acentúa la razón de mi incompetencia para articular mis opiniones en algún
organismo que les de carácter práctico, o, dicho en palabras más sencillas, que
valgan para algo ante los demás.
Cada día cobra más fuerza en mi
conciencia la certeza de que me hallo más lejos de la realidad cotidiana
pública, de que mi escala de valores en muy poco se compadece con la que creo
observar cerca de mí, y de que me alejo a marchas forzadas a refugiarme en mí
mismo y en el mundo interior. No estoy muy seguro de que sea la mejor solución.
Por varios motivos. El primero es el de que, de manera inevitable, tengo que
rozarme con los otros elementos que andan próximos a mí, y no deberían ser del
todo unos desconocidos; el segundo es el de que tal vez mis ideas no sean las
más correctas, o que al menos sería bueno reconsiderarlas y adaptarlas en parte
a esas otras tan comunes que a mí me desagradan; y una más es que sencillamente
tengo que sobrevivir aunque sea en un círculo reducido.
Pero he de esbozar un índice que
se refiera al hecho concreto de lo que sucede en el PSOE, partido que
representa a buena parte de la gente de izquierdas de este país. Todavía en
esta comunidad los cambios de representantes se entienden como un terremoto,
cuando tendrían que ser una costumbre sin mayor importancia, como signo de que
la democracia y la vida siguen como si tal cosa. Aquí dimite el representante máximo
de un partido y ya se viene abajo el mundo; gana las elecciones en una
comunidad una mujer desconocida en el resto del territorio y, con el escasísimo
bagaje de unos meses de mandato, ya es casi el espíritu santo y tiene todas las
bendiciones del cielo; se deja decir uno cualquiera que tiene aspiraciones de
dirección y ya se ven navajazos por todas las esquinas; o simplemente se
despelleja a todo el partido desde las otras formaciones, que, al menos
formalmente, son mucho menos democráticos. Muy difícil de entender casi todo lo
que sucede.
Otros pensamos que el meollo no
está en estos asuntos sino en la concepción que del poder se tenga. Si los
criterios son personales, entonces pasa eso y mucho más; si en el proceso
primaran las ideas y los puestos se entendieran no como mandos sino como
colaboradores ocasionales, entonces tal vez se animaría más gente en la
participación y los navajazos tendrían mucho menos sentido. Para ello hay que
creer, predicar y demostrar que ejercer un cargo no es ser mejor que muchas
otras personas y que la actividad o es colectiva o no es para la sociedad. Para
las formas de los campeones y de los perdedores, de los jefes y de los
subordinados y de los triunfadores frente a los servidores ya están otros;
otros a los que, por cierto, en términos de votaciones políticas no les va mal
del todo. Pues con su pan se lo coman y que les aproveche. Yo no quiero
contribuir a que se siga escribiendo así la Historia.
Desde hace ya semanas y hasta el
otoño se seguirá dándole al carrete de las personas y de los personalismos, eso
que tan bien visualizan los medios de comunicación y que tan bien les viene
para el morbo y para sus negocios; después se irán abriendo paso otras
variantes y todos nos iremos dejando ir con el tiempo, con el tiempo que pasa,
que es lo que siempre pasa.
Ayer estuve otra vez en la Peña
de la Cruz, en la romería de primavera, este año casi de verano. De romería
civil, pero de romería. Allí pasé el día con algunos amigos, con una mesa de
pan y de paz bien abastada, con el horizonte de fondo, con la montaña y los
neveros que se resisten a encogerse y a desaparecer con el calor, y con el
sentimiento de que muchas de las mejores cosas no cuestan demasiado. Los enfrentamientos
de carácter social y político no habían tenido fuerzas para gatear hasta allí
arriba. Ni falta que hace.
1 comentario:
¡Ni falta que hace! verdad...me alegro del disfrute,me apeno de no haber estado allí.
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