miércoles, 11 de junio de 2014

POR EL CAMINO DE LOS RODEOS


¿Acaso no tengo nada que decir y que decirme acerca de lo que sucede en el PSOE o en la abdicación real? Pues seguramente sí me queda algo escondido por ahí en el magín pero lo que no me queda son ganas de articularlo y de exponerlo con orden. Me pregunto cuál puede ser la causa y -concediendo, como siempre, que la causalidad es múltiple-, se acentúa la razón de mi incompetencia para articular mis opiniones en algún organismo que les de carácter práctico, o, dicho en palabras más sencillas, que valgan para algo ante los demás.
Cada día cobra más fuerza en mi conciencia la certeza de que me hallo más lejos de la realidad cotidiana pública, de que mi escala de valores en muy poco se compadece con la que creo observar cerca de mí, y de que me alejo a marchas forzadas a refugiarme en mí mismo y en el mundo interior. No estoy muy seguro de que sea la mejor solución. Por varios motivos. El primero es el de que, de manera inevitable, tengo que rozarme con los otros elementos que andan próximos a mí, y no deberían ser del todo unos desconocidos; el segundo es el de que tal vez mis ideas no sean las más correctas, o que al menos sería bueno reconsiderarlas y adaptarlas en parte a esas otras tan comunes que a mí me desagradan; y una más es que sencillamente tengo que sobrevivir aunque sea en un círculo reducido.
Pero he de esbozar un índice que se refiera al hecho concreto de lo que sucede en el PSOE, partido que representa a buena parte de la gente de izquierdas de este país. Todavía en esta comunidad los cambios de representantes se entienden como un terremoto, cuando tendrían que ser una costumbre sin mayor importancia, como signo de que la democracia y la vida siguen como si tal cosa. Aquí dimite el representante máximo de un partido y ya se viene abajo el mundo; gana las elecciones en una comunidad una mujer desconocida en el resto del territorio y, con el escasísimo bagaje de unos meses de mandato, ya es casi el espíritu santo y tiene todas las bendiciones del cielo; se deja decir uno cualquiera que tiene aspiraciones de dirección y ya se ven navajazos por todas las esquinas; o simplemente se despelleja a todo el partido desde las otras formaciones, que, al menos formalmente, son mucho menos democráticos. Muy difícil de entender casi todo lo que sucede.
Otros pensamos que el meollo no está en estos asuntos sino en la concepción que del poder se tenga. Si los criterios son personales, entonces pasa eso y mucho más; si en el proceso primaran las ideas y los puestos se entendieran no como mandos sino como colaboradores ocasionales, entonces tal vez se animaría más gente en la participación y los navajazos tendrían mucho menos sentido. Para ello hay que creer, predicar y demostrar que ejercer un cargo no es ser mejor que muchas otras personas y que la actividad o es colectiva o no es para la sociedad. Para las formas de los campeones y de los perdedores, de los jefes y de los subordinados y de los triunfadores frente a los servidores ya están otros; otros a los que, por cierto, en términos de votaciones políticas no les va mal del todo. Pues con su pan se lo coman y que les aproveche. Yo no quiero contribuir a que se siga escribiendo así la Historia.
Desde hace ya semanas y hasta el otoño se seguirá dándole al carrete de las personas y de los personalismos, eso que tan bien visualizan los medios de comunicación y que tan bien les viene para el morbo y para sus negocios; después se irán abriendo paso otras variantes y todos nos iremos dejando ir con el tiempo, con el tiempo que pasa, que es lo que siempre pasa.

Ayer estuve otra vez en la Peña de la Cruz, en la romería de primavera, este año casi de verano. De romería civil, pero de romería. Allí pasé el día con algunos amigos, con una mesa de pan y de paz bien abastada, con el horizonte de fondo, con la montaña y los neveros que se resisten a encogerse y a desaparecer con el calor, y con el sentimiento de que muchas de las mejores cosas no cuestan demasiado. Los enfrentamientos de carácter social y político no habían tenido fuerzas para gatear hasta allí arriba. Ni falta que hace. 

1 comentario:

mojadopapel dijo...

¡Ni falta que hace! verdad...me alegro del disfrute,me apeno de no haber estado allí.