Mañana se llevará a cabo la
coronación de un nuevo rey en España, en un acto que, si, institucionalmente,
no es más que el cumplimiento democrático de lo que indica la ley de leyes,
social e históricamente representa un hecho de gran importancia. Tal vez mañana
tenga interés en decir algo al respecto. Sobre todo porque lo enlazaría con la
idea que hoy me ocupa y que se sitúa en un escalón inferior en territorio pero
esencial para comprender o tirar a la basura casi todo lo que está sucediendo
en los últimos cuarenta años en España.
Desde aquella idea de la
indisolubilidad de la nación en la dictadura, se ha pasado a la pujanza de los
nacionalismos. Qué le vamos a hacer, entre palabras de la misma familia léxica
anda el juego. Y son bastantes las clases de nacionalismos que nos condenan a
gastar energías y fuerzas, ya casi exhaustas, para que el tejido no sea pasto
de las llamas.
Solo como índice, se me ocurren
al menos estos nacionalismos:
. El primero tiene que ver con
los restos -que haberlos haylos- de aquel espíritu mal entendido de España como
imperio o como pueblo privilegiado, capaz de todo y casi único en el destino
universal. En realidad recoge a buena parte de la derecha política y a forofos
de distinto tenor según el tipo de manifestaciones. Se diría que anda un poco
de capa caída pero no estoy demasiado seguro de ello.
. Otro consiste en el de algunas
regiones periféricas que no salen de la situación de víctimas frente al resto
del territorio, y sobre todo frente al símbolo Madrid. Son esencialmente las
regiones de Galicia, País Vasco y Cataluña. Las tres son fuerzas centrífugas
pero con características y bases diferentes.
El nacionalismo gallego se apoya
en extremos sociales que hunden sus raíces en grupos de intelectuales y en
tradiciones rurales sobre todo.
El nacionalismo vasco parece, por
desgracia, más de tipo étnico y hasta se diría que se sustenta en raíces
tribales y religiosas. (¡Ay eso de los apellidos vascos!).
El nacionalismo catalán se agarra
a sectores que mezclan elementos históricos, yo creo que mal interpretados, y
sobre todo económicos (burguesía y empresarios).
. Y aún existe un tercero (o
quinto si se desglosa el anterior) que tiene un recorrido menor en el tiempo y
que parece producto del desarrollo del periodo democrático. Es el nacionalismo
que lo es porque sobre todo le interesa defender la igualdad de competencias.
¿Por qué esos sí y yo no? A su amparo se han ido desarrollando sentimientos y
realidades que, o estaban plácidamente dormidas o sencillamente no existían en
muchas regiones de España.
Como siempre, en esta ventana,
apenas se apuntan. Qué apasionante seguir su desarrollo y conjeturar su futuro.
Hay decisiones previstas a corto
plazo que nos darán prueba de la fuerza o el desgaste de estos nacionalismos.
Para los que no nos sentimos
cómodos en ninguna de estas especialidades, su contumacia, su erre que erre y
el esfuerzo inmenso que nos ha exigido en los últimos cuarenta años suponen
casi una prueba de supervivencia. Qué cansino resulta todo esto ¿No hay alguna
manera de plantear la convivencia en positivo y con algún referente y objetivo
comunes? ¿Por qué todo tiene que ser a la contra? No sé por qué me vienen a la
mente los versos de Juan de la Cruz: “Ya no guardo ganado / ni tengo ya otro
oficio/ que ya solo en amar es mi ejercicio”.
Mañana se cumple un acto que en
apariencia podría representar un símbolo de unión y de respeto común. Lo malo
es que, racionalmente, no parece precisamente el mejor de los posibles. Pero
algo habrá que encontrar para que nos dé algo de descanso y de sosiego.
Bueno, mañana será otro día.
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