Porque me pincha el deseo de
añadir alguna línea más en relación con la lectura del libro propuesto. Y no me
animaré sin medida porque me conozco y sé que no pararía porque da para
opiniones infinitas.
Decía que una lectura más
enjundiosa es la que tiene en cuenta el contexto en el que se escribe y las
repercusiones que se concretan a medida que pasa el tiempo, como muestra del
valor intenso de esas ideas. Véase una pequeña muestra.
La contrarreforma religiosa, en
la época en la que se concibe y se redacta el Quijote, se ha extendido en media
Europa y España se alza como paladín de la misma; el imperio español ha
alcanzado su máxima extensión y en sus dominios no se pone el sol, y todo se
concibe desde la perspectiva de unos elementos religiosos y políticos que
aspiran a ser universales, dogmáticos y que se compaginan y se ayudan
mutuamente. Pero todo tiene sus límites, sus momentos culminantes y sus
decadencias, en paso hacia nuevas realidades y hacia variantes distintas. La
decadencia comienza a dejarse notar en lo político y en lo social. El imperio
comienza su declive y los grupos más dinámicos y activos van a ser no los
nobles y aristocráticos que ganan guerras o que mandan tropas, sino otras
personas más pegadas a la realidad, al mundo cambiante, al desalojo de los
dogmas y a la mudanza y regusto de los negocios y de la vida real y no
inventada, al intercambio y a la ganancia, al trapicheo y al cambalache, al
desarrollo de la razón frente al linaje y la herencia de sangre. Son los
negocios y no es la guerra, son los cambios de cada día y no los dogmas
intocables, es el valor del hombre y no el sometimiento a reglas inmutables, es
la modernidad y no el mundo medieval…
A ese mundo de realidad cambiante
y más humana es a la que Cervantes lanza a su don Quijote, representante de lo
inmutable y medieval, pero también de los valores que aspiran a ser esenciales
y duraderos en el tiempo. ¿Cómo no ha de chocar con la realidad, tan zafia, tan
egoísta y tan cambiante? Por si acaso no estuviera claro, el autor le coloca
como trasera del espejo a Sancho, este sí siempre al lado de lo inmediato, de
lo útil, de lo beneficioso, de lo egoísta. Después, ya se sabe, el mundo se
mezcla, las realidades se funden y nos dan un Quijote sanchopancesco algunas
veces y un Sancho quijotesco en muchas más ocasiones.
Y en qué condiciones tan desfavorables
me le hace andar al buen hombre. Fijémonos solo en el aspecto personal. Se
trata de un hombre ya con cincuenta años del siglo diecisiete, un anciano,
delgaducho y vestido de aquella manera, sin poder presumir de degustador de
buenas comidas y adornado de caballo destartalado… Un figurín o un juguete de
feria al que disparar sin cuidado. Por no tener, no tiene ni nombre definido:
Quijada, Quesada, Quijano…
Pero, ojo, se lanza a la aventura
con unos principios bien fijados y a prueba de bomba. Sus principios y sus
formas (más estas que aquellos) se hunden en la caballería medieval pero no
están dispuestos a dejarse llevar por los aires de la moda ni por los éxitos de
temporada. En el zurrón de su escala de valores se guardan una conducta sin
tacha, una resignación ante los fracasos en la vida, un espíritu de sacrificio
y de ayuda a toda prueba, un desprecio absoluto a la riqueza material, un
altísimo sentido de la justicia y un deseo irrefrenable de ayuda a los más
necesitados y a los desvalidos. Ya le pueden echar aventuras a sus espaldas y
molimientos diversos, que todos los aguantará bajo el paraguas de esos
cimientos en los que tan sólidamente se apoya.
Al final de sus aventuras y
vuelto a casa, se nos volvió cuerdo. ¿Cuerdo para quién? Cuerdo para los nuevos
valores, enganchado otra vez a la escala de valores en la que los cimientos
anteriores no son los que sostienen el edificio, cuerdo para un mundo nuevo en
el que habrá que examinar con cuidado si todo el progreso externo es positivo y
a costa de qué se consigue.
Una vez más vuelvo a poner en la
balanza a don Quijote y a los símbolos actuales. Se me parecen en muy poco y,
para mi desgracia, me refugio con más calor en el caballero andante y en su
escala de valores. Sé que corro el peligro de dar a entender que niego el
progreso y el cambio de formas, cuando creo que no es así, pues confío en el
progreso y el los avances; pero en un progreso que tenga como media al ser
humano como tal, al ser humano como valor supremo y no como instrumento para
materializar las injusticias y las desigualdades. Me vuelvo a cuestionar a
costa de qué se produce eso que llamamos progreso, quiénes son los que marcan
en qué consiste ese progreso y cómo distribuyen las ventajas de ese progreso… Y
no veo más que desigualdades por todas partes, figuraciones y escaparates,
pasarelas y vanidades, lujos y miserias, números y cuentas, muñecos sin
entrañas. Y, sin querer ser tan pesimista como Quevedo, otro contemporáneo de
Cervantes, “Miré los muros de la patria mía (…) / y no hallé cosa en que poner
los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte.”
Tal vez necesitemos caballeros,
aunque no estén vestidos de apariencia (cantantes, jugadores, modelos,
banqueros, eclesiásticos, y en general engañados y esclavos agradecidos en un
sistema que los explota y conduce como a muñecos…), que tengan los reaños para
lanzarse al mundo y proclamar que hay mucho que arreglar y muchos tuertos que
desfacer. Tal vez cada uno de nosotros deberíamos ser un poco más quijotes y un
poco más osados y dispuestos a disfrutar del libro, del ejemplo y de la vida.
Tal vez.
1 comentario:
Buenos días, profesor Gutiérrez Turrión:
Una magnífica clase en esta entrada.
Al lector, cuánto cariño le provoca Don Quijote, y don Miguel de Cervantes.
Seguiremos sus monólogos escritos. Utilizaremos para ver con nitidez la realidad, por nuestro bien, correctores quevedos. Esperemos que -al final- con el progreso y la cultura, se produzca un cambio universal y proliferen los sanchoquijotescos.
Saludos.
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