Con esta expresión latina se
justificaba ya en Tertuliano la existencia de la fe y su valor para los casos
religiosos: precisamente porque la razón no da cuenta de todo, la fe se alza
como valedora para esas parcelas inalcanzables para la razón, argumentaban. La
razón cada día parece alcanzar más explicaciones, por más que a la vez se
desvelen nuevas incógnitas antes nunca planteadas. No sé, por otra parte, si ahora
mismo sigue valiendo el principio con la misma intensidad.
Lo cierto es que yo quería
aplicarlo a algo más pegado a la tierra. O a mí me lo parece.
Tocó visita a Madrid este largo
fin de semana. Madrid es el tráfago de todo, el colmo y el cogüelmo de todas
las cantidades, el desparrame de todas las posibilidades. A mí me tienen
siempre preparado un programa apretado de actividades. Esta vez fueron, entre
otras, visita guiada a la zona histórica y académica de Alcalá de Henares (¡Cuanta
similitud con mi Salamanca!), teatro, museo Sorolla, luces navideñas a gogó y
en varias sesiones, compras diversas, góspel en directo y en plaza pública… De
casi todo.
En mi paseo por el centro del
Madrid de los Austrias, la variedad casi infinita y el arcoíris de todas las
posibilidades. Una me sorprendió desagradablemente. En la administración de
lotería llamada de Doña Manolita, una cola de unos ciento cincuenta metros
aguardaba pacientemente su turno para comprar lotería de Navidad. A los últimos
les quedaba una espera de algunas horas. Me dicen que todos los años sucede lo
mismo.
¿Es tan difícil entender que si
toca allí alguna vez más es porque se juega más, y que en cada nuevo sorteo
todos los números tienen el mismo tanto por ciento de posibilidades de salir
premiados? Al lado de la cola varios loteros se anunciaban en directo como
portadores de números de Doña Manolita.
No vi que nadie les comprara nada: no eran los auténticos de la tal Doña
Manolita. ¿Cómo se puede ser tan bruto? ¿Es que la razón de tantos no alcanza
un poquito más arriba del suelo? ¿En qué sociedad vive uno? Ojo, son muchos
miles de personas las que repiten la operación. A ver si va a ser verdad
aquella expresión medieval del principio: Credo quia absurdum. Qué mundo.
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